Letras tu revista literaria

lunes, 23 de marzo de 2009

Tais y la leyenda del farol nórdico

El lago

Cuando llegaron a la casa de Tom, era noche profunda y en el silencio de la noche se dibujaron las notas musicales de un búho en el pentagrama del infinito universo.
-Ya hemos llegado- dijo Tom cuando detuvo el coche para bajar y abrir la cancela.
-Está muy oscuro, por favor no pagues la luz- respondió Tais con el frío en los huesos. Era un frío lejano como venido de otro tiempo, el sueño que con frecuencia solía tener cuando se angustiaba demasiado por un tema en concreto. El frío de los fiordos nórdicos llegaba para abrir las puertas del abismo a los toros negros de la reina Tais que arrasó los pueblos vecinos en pos de encontrar al minotauro con el que pretendía perpetuar su raza. Era un sueño recurrente y que la dejaba helada, pero en él siempre refulgía una llama en un farol. El farol nórdico que había comprado le recordaba al del sueño.
Tom abrió la cancela y volvió al auto, dos perros enormes salieron al encuentro de los recién llegados. Eran One y Avla dos mastines del pirineo que Tom había comprado en su primer y único viaje por Europa. A Tais los perros le gustaban mucho, y la presencia de aquellos canes le produjo alegría y seguridad porque: ¿qué bestia u hombre podía adentrarse en el territorio de dos animales como aquellos?
-No te preocupes One y Avla son muy cariñosos- dijo Tom para que Tais no tuviera miedo de ellos. Lo que no sabía Tom era que a ella le encantaban los perros.
-No me dan miedo, todo lo contrario- le respondió ella para mostrarle su satisfacción al saberlos allí-, los perros son mi debilidad y estos parece que están dispuestos a ser buenos amigos míos.
-Sin duda, ya verás cómo se desviven por ti- dijo Tom dirigiendo el automóvil al garaje.
En la puerta de la casa se encendieron sendas farolas cuando los recién llegados se acercaron. ‘Tom no vive solo’ pensó Tais.
-¿Hay alguien en casa?- preguntó para salir de dudas.
-Sí, no te lo he dicho porque lo olvido, siempre me olvido de Fran, es como una parte más del bosque, un árbol, una piedra, o una casa, que te habitúas a verlos en el mismo lugar con la misma actitud, si es que su estar se puede definir como actitud, es como la indiferencia que produce la cotidianidad, el día a día. He visto a Fran desde que era un niño, y siempre ha sido igual, no ha cambiado desde entonces.
-¿Fran vive contigo o trabaja para ti?- preguntó Tais.
-Ni lo uno ni lo otro, pero podríamos decir que Fran y yo tenemos un trato e intercambiamos servicios- respondió Tom acercándose para abrirle la puerta a Tais.
Tais odiaba a todos los hombres que hacían eso, que intentaban mediante gestos, que ella consideraba machistas, ser caballerosos cosa que le removía el estómago.
-No hace falta que demuestres tu caballerosidad- dijo al abrir la puerta sin dar opción a Tom a abrirla.
-Sólo pretendía ser amable- protestó él bombero algo dolido por el rechazo hacia su actitud por parte de Tais.
-No te ofendas pero no soporto esos detalles, van en contra de mis principios- se disculpó ella buscando con la vista la figura de Fran que no aparecía por ningún lado.
Los perros también habían desparecido al encenderse las farolas del porche, en el que una hamaca se balanceaba como recién abandona. Un gato pardo y demasiado grande para ser gato, se acercó a Tais y se restregó entre sus piernas.
-Ten cuidado con ese zalamero- dijo Tom invitando a Tais a pasar al interior-
-Podríamos quedarnos un rato aquí en el porche, la noche es muy agradable; ¿tienes un cigarrillo?- propuso ella que terminó por sucumbir al vicio del tabaco, afición que había dejado hacía unos tres años; pero algo aquella noche la incitó a pedirle a Tom un cigarrillo.
-No tengo, no fumo, pero Fran si lo hace, así que iré a buscar uno de sus cigarros; creo que él fuma tabaco negro, la verdad es que no puedo decirlo porque no soy un experto en tabaco, sin embargo sí en fuegos- le dedicó una leve sonrisa a Tais y desapareció tras la puerta. En ese momento a Tais la recorrió un escalofrío y el gran gato pardo de un salto se encaramó a la copa de un frondoso roble que presidía en pequeño jardín.

sábado, 14 de marzo de 2009

Tais y la leyenda del farol nórdico

La Luz

Los salvadores, a veces, pueden llegar a ser la peor de las opciones. Sin duda, Tais había elegido al peor, pero a pesar de ello, no era la peor de todas. El bombero con el que se había refugiado, por el momento de ser de nuevo atrapada por el farol, resultó ser un cretino de poca monta que sólo hablaba de él.
-Tais, espero no aburrirte- le dijo cuando terminaron el baile.
-No, no me aburres-disimuló ella como tan sólo lo saben hacer las mujeres.
-Entonces me gustaría invitarte a ver la televisión en mi casa- propuso el tipo sin estupor alguno por el tipo de propuesta.
-¿A ver la televisión?- dijo ella pensando: ‘me han hecho propuestas extrañas, de todo tipo, no en vano el hombre carece de imaginación para conquistar a una mujer, pero ésta supera con creces todas las propuestas estúpidas que hasta hoy me hayan hecho, sin embargo no tengo más remedio que aceptar antes que vérmelas con ese maldito farol.
-Bueno…- dudó Tom que haciendo de su tripa un corazón con determinación dijo-… bueno, si quieres podemos ver mis álbumes de jugadores de béisbol, tengo los más grandes de todos los tiempos pegados con sus fotografías y sus historiales sobre libros que yo mismo he encuadernado.
-Está, bien, pero en ese caso prefiero la televisión- diciendo esto recordó que la última vez que un tipo al que había conocido una noche de copas, le había hecho la propuesta idiota de ir a ver la televisión, terminó follando como una energúmena, pero el perfil de aquél, distaba mucho del perfil del bombero, aquél, al menos, era un hombre culto, éste era un cebollino acomodado a la huerta y al riego fácil, a ser el patán del pueblo que presume de ser el más fuerte y el mejor apaga fuegos, pero fuegos apagaría éste los de cualquier casa o almacén, porque el que Tais llevaba dentro no había bombero que lo extinguiese por mucho conocimiento del fuego que éste tuviese.
-Tengo el coche ahí aparcado- dijo Tom asiendo el brazo de Tais. Ella en ese momento recordó la garra y el farol se pareció en su mente como una idea, algo que no existe pero que está ahí, esperando que alguien, ella misma, lo atrajese al lado real, al lado de la materia; y éste, el farol, va abandonando poco a poco el mundo de la idea, y se va transformando en una forma, algo tangible y terrorífico, un farol que surca el viento asido por una garra que pertenece a un ser no nato, un ser que no puede pertenecer más que a ese mundo de las ideas, porque su maldad y su fealdad no han de caber en el mundo real, al menos en el de Tais.
-Pero si aquí no hace falta ir en coche- dijo Tais con razón, el pueblo era pequeño y se podía recorrer de punta a punta en menos que canta un gallo.
-Pero no vamos a quedarnos aquí, yo vivo en el lago-dijo Tom abriendo la puerta de su camioneta Ford de color anaranjado.
-Vivo cerca, y no me gustaría ir por allí- dijo ella con el temor que la quemaba por dentro.
-Pero: ¿qué tienes que temer?- preguntó él.
-Nada, nada, no te apures- intentó Tais restar importancia a sus temores.
-Llevo viviendo allí desde que nací, la casa fue de mi abuelo, primero, luego de mi madre, y por último mía, y digo por último porque como no me de prisa, no habrá nadie que la herede, al menos que sea mi descendiente directo.
-¿No tienes hijos?
-No- respondió Ton dirigiendo su mirada al suelo.
-Lo siento, si he ido demasiado lejos- se disculpó Tais.
-No, no te preocupes, pero es una larga historia- subió Tom a la camioneta, no sin antes haberle abierto la puerta a su acompañante; Tais vio en ese gesto un acto propio de machista, en lugar de una actitud caballerosa, y se dijo: ‘me parece que me he equivocado’.
Hubo varios minutos de silencio mientras el fantasma, o los fantasmas que había en la respuesta de aquella pregunta, se difuminaron, en un lapso de tiempo, como en un cuadro se va perdiendo su brillo, quedando esa patina de silencio; así quedaron tanto la pregunta ‘¿tienes hijos?’ Como la respuesta, ‘es una historia muy larga’.
En el camino, a lo lejos, Tais pudo ver cómo una luz se desdibujaba en la negrura de la noche.