Letras tu revista literaria

sábado, 14 de marzo de 2009

Tais y la leyenda del farol nórdico

La Luz

Los salvadores, a veces, pueden llegar a ser la peor de las opciones. Sin duda, Tais había elegido al peor, pero a pesar de ello, no era la peor de todas. El bombero con el que se había refugiado, por el momento de ser de nuevo atrapada por el farol, resultó ser un cretino de poca monta que sólo hablaba de él.
-Tais, espero no aburrirte- le dijo cuando terminaron el baile.
-No, no me aburres-disimuló ella como tan sólo lo saben hacer las mujeres.
-Entonces me gustaría invitarte a ver la televisión en mi casa- propuso el tipo sin estupor alguno por el tipo de propuesta.
-¿A ver la televisión?- dijo ella pensando: ‘me han hecho propuestas extrañas, de todo tipo, no en vano el hombre carece de imaginación para conquistar a una mujer, pero ésta supera con creces todas las propuestas estúpidas que hasta hoy me hayan hecho, sin embargo no tengo más remedio que aceptar antes que vérmelas con ese maldito farol.
-Bueno…- dudó Tom que haciendo de su tripa un corazón con determinación dijo-… bueno, si quieres podemos ver mis álbumes de jugadores de béisbol, tengo los más grandes de todos los tiempos pegados con sus fotografías y sus historiales sobre libros que yo mismo he encuadernado.
-Está, bien, pero en ese caso prefiero la televisión- diciendo esto recordó que la última vez que un tipo al que había conocido una noche de copas, le había hecho la propuesta idiota de ir a ver la televisión, terminó follando como una energúmena, pero el perfil de aquél, distaba mucho del perfil del bombero, aquél, al menos, era un hombre culto, éste era un cebollino acomodado a la huerta y al riego fácil, a ser el patán del pueblo que presume de ser el más fuerte y el mejor apaga fuegos, pero fuegos apagaría éste los de cualquier casa o almacén, porque el que Tais llevaba dentro no había bombero que lo extinguiese por mucho conocimiento del fuego que éste tuviese.
-Tengo el coche ahí aparcado- dijo Tom asiendo el brazo de Tais. Ella en ese momento recordó la garra y el farol se pareció en su mente como una idea, algo que no existe pero que está ahí, esperando que alguien, ella misma, lo atrajese al lado real, al lado de la materia; y éste, el farol, va abandonando poco a poco el mundo de la idea, y se va transformando en una forma, algo tangible y terrorífico, un farol que surca el viento asido por una garra que pertenece a un ser no nato, un ser que no puede pertenecer más que a ese mundo de las ideas, porque su maldad y su fealdad no han de caber en el mundo real, al menos en el de Tais.
-Pero si aquí no hace falta ir en coche- dijo Tais con razón, el pueblo era pequeño y se podía recorrer de punta a punta en menos que canta un gallo.
-Pero no vamos a quedarnos aquí, yo vivo en el lago-dijo Tom abriendo la puerta de su camioneta Ford de color anaranjado.
-Vivo cerca, y no me gustaría ir por allí- dijo ella con el temor que la quemaba por dentro.
-Pero: ¿qué tienes que temer?- preguntó él.
-Nada, nada, no te apures- intentó Tais restar importancia a sus temores.
-Llevo viviendo allí desde que nací, la casa fue de mi abuelo, primero, luego de mi madre, y por último mía, y digo por último porque como no me de prisa, no habrá nadie que la herede, al menos que sea mi descendiente directo.
-¿No tienes hijos?
-No- respondió Ton dirigiendo su mirada al suelo.
-Lo siento, si he ido demasiado lejos- se disculpó Tais.
-No, no te preocupes, pero es una larga historia- subió Tom a la camioneta, no sin antes haberle abierto la puerta a su acompañante; Tais vio en ese gesto un acto propio de machista, en lugar de una actitud caballerosa, y se dijo: ‘me parece que me he equivocado’.
Hubo varios minutos de silencio mientras el fantasma, o los fantasmas que había en la respuesta de aquella pregunta, se difuminaron, en un lapso de tiempo, como en un cuadro se va perdiendo su brillo, quedando esa patina de silencio; así quedaron tanto la pregunta ‘¿tienes hijos?’ Como la respuesta, ‘es una historia muy larga’.
En el camino, a lo lejos, Tais pudo ver cómo una luz se desdibujaba en la negrura de la noche.