Una vez por
semana aquella gente se reunía, tras celebrar los actos sacramentales, en la
casa del pueblo, que no era otra que la misma que ejercía de comisaría donde
Cesáreo representaba la máxima autoridad como fiel servidor de la ley vigilando
ésta para que se respetara y ejecutara, y para castigar a aquel que osara
incumplirla. No era muy común que aquella gente cometiera delito alguno. Allí
todos eran conocidos, cuando no familiares y gente muy respetable y dada a
presumir de honestidad y humildad y sobre todo, a hacer alarde de ser
seguidores natos de las enseñanzas de dios a las que ellos accedían por medio
de las sagradas escrituras y sus visitas diarias a la iglesia y también gracias
a los sermones del párroco.
Cesáreo
Márquez Douglas llevaba con orgullo su nombre y por supuesto su primer
apellido, por ser éste el que le correspondía por parte paterna. Su padre había
muerto llevando una vida como la que él tenía en aquellos momentos. Podríamos
decir que el padre de Cesáreo, Roldán Márquez Da Silva murió con el orgullo de haber entregado su
vida a su patria. Hay que aclarar aquí que él consideró como su país y patria
el lugar al que llegó tras hacer una infernal travesía en la que se jugó la
vida y por la que, al fin, alcanzaba el sueño de muchos hombres y mujeres de
llegar al paraíso, que para ellos estaba tras las fronteras de México con aquel
extenso país llamado Estados Unidos.
Tenía doce
años aquel brasileño cuando decidió aventurarse en pos de aquel ideal de buena
vida. Dejó a toda su familia, tras su marcha, a la que no volvería a ver en el
resto de sus días. Se hizo a sí mismo. Creó, o al menos intentó crear una
familia pero le salió la cosa mal.
Allí estaban
aquellos dos personajes. Parecían dos pajaritos, quizá él sí se asemejaba a un
indefenso pajarito, ella sin embargo, a simple vista, no parecía, ni se
adaptaba su perfil, con pájaro alguno. No estoy seguro.
Lo que sí he
de decir que él, incluso asemejándose a un desdichado pajarito, era a simple
vista un atleta. Su constitución fornida como la de un buey, más por su
evidente mansedumbre, realmente era un buey y viceversa, pájaro. El caso es que
parecía ser pájaro y buey a la vez, una extraña paradoja, aunque ya he dicho
que en estos personajes todo parecía un tanto extraño y no vamos a
sorprendernos de las paradojas de la vida. ¿O sí...? Quizá nos sorprenda el
propósito que los había llevado a estar allí frente a aquella melena dorada.
Recordaba el
chico a los reportajes de animales donde unas idílicas imágenes mostraban una
extensa pradera; lejano el horizonte hecho de montañas, o de agua, a la mitad
de distancia entre el inicio del infinito horizonte, y el lugar, donde
imaginamos que se sitúa la cámara, podemos ver -¡un momento, esto es un campo de
arroz de Vietnam!-: un buey con su pajarito desparasitándolo sin pausa y sin prisa
pero con un ritmo constante. Así era el chico que el sheriff tenía ante sus
ojos marrones, puñaladas de capote.
Ella era, por
describirla con detalles más cercanos, algo parecido a una agachadiza (al fin
encontré el parecido y es que a veces basta con estrujarse el cerebro o con
mantenerlo en una buena gimnástica), pájaro éste que habita en los inviernos el
sur de Europa y se dedica a dar saltitos entre los terruños buscando gusanos
despistados que llevarse al estómago. Esta como su nombre indica es agachadiza
y da saltitos, como ya he dicho en línea anterior, como si diera pasos cortos,
pasos largos es otro pájaro, del que algún día nos ocuparemos.
La mujer que
allí se encontraba frente a Cesáreo era pequeña en comparación con la
envergadura de los dos hombres, el que ella tenía a su lado izquierdo, y el que
tenía frente luciendo aquella estrella brillante que rivalizaba con el brillo
de los dorados bucles en una lucha sin par por brillar más que los largos, finos, y bien cuidados cabellos que hacían movimientos sinuosos con el
movimiento pausado del cuerpo que tenían el honor de presidir. Había en ellos,
en los tres personajes, un rasgo similar, sus narices; y los chispeantes ojos.
Abundia y
Aéreo, abuela y nieto estaban allí delante de aquella mesa tras la cual lucía
larga y rubia la cabellera del sheriff. Eso fue cinco minutos después de que yo
pudiera verlos llegar en una destartalada camioneta, posiblemente marca Ford,
de color anaranjado óxido.
Continuará próximo capítulo el miércoles día 18 de
abril de 2012
Así en el cielo novela de Salvador Moreno
Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm
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