Próximo capítulo el lunes día 30 de abril de 2012 y ENTREGA DEL LIBRO EN FORMATO DIGITAL EN TU BUZÓN DE CORREO ELECTRÓNICO.
Vean como
divago. En fin, que aquella satisfacción duraba lo que un coito, hablando en
términos generales, aunque lo de generalizar no sea lo correcto, sobre todo un
polvo realizado por alguien que lleva tiempo sin practicar el acto sexual, ya
sabes que el de la defecación es de una frecuencia que ya quisiéramos para los
coitos. Resulta tan fugaz y el placer se desvanece tras una eyaculación tan
precoz que con toda seguridad ha regado, como lluvia de verano, rápida y voraz,
el pubis peludo, velludo, pelado, rapado, de la que yace insatisfecha por no
haber olido ni de lejos el orgasmo.
Dejo las
divagaciones y sigo donde estábamos. La camioneta anaranjada óxido estacionó en
la acera frente al lugar en el que yo me encontraba observando el paso de la
gente, de los automovilistas y de toda esa variopinta caterva de personajes,
cada uno yendo hacia algún lugar determinado o viniendo o buscándolo.
Introduciéndose en la malvada máquina de consumo que los acecha por todos los
rincones del planeta. Y me viene a la memoria un anuncio, no voy a divulgar la
marca de lo que se anunciaba en él, había imágenes y unos frases subtituladas
que traducían lo que una voz en off y en otro idioma estaba narrando; era algo
así: “Esos creen que son libres yendo a
sus trabajos cada día, a sus fábricas; para poder pagar sus hipotecas, sus
coches, sus viajes, sus estudios... Pero en realidad no lo son, aunque las
empresas que los emplean les obsequien con quince días de vacaciones o treinta
al año, no, no son realmente libres, porque ellos les dicen lo que tienen que
hacer, cómo vestir, cómo andar, qué lugares frecuentar, qué bebidas tomar, qué
comidas comer... Va a ser un reto, realmente duro”.
Ya no me voy
más por las ramas y veo la camioneta oxidada que estaciona, que al hacerlo
rompe una de esos aparatos que sirven como surtidor de agua para los bomberos
en el caso de que se produzca un incendio, y el agua comienza a brotar como si
fuera un geiser, pero en éste en particular el agua brota fría y sube y llega a
una altura de unos diez metros. De la camioneta bajan dos personas, una, por su
apariencia, aunque me impide, la distancia y con ello mi miopía, distinguir,
con absoluta claridad, sus rasgos, es una anciana, y, digo anciana porque la
miopía que sufro no me impide distinguir una vestimenta de otra, tampoco me
impide ver la forma de caminar; otra cosa es que luego las apariencias engañen,
eso ya es sabido, aunque en los tiempos que vivimos esa frase o dicho tiene
menos valor que un billete de diez euros por no decir de diez dólares. La otra,
por su aparente estatura y corpulencia es sin duda alguna un joven, un hombre
joven. Lo que sí pude distinguir sin lugar a dudas fue un peculiar rasgo que
era idéntico en ambos personajes, una nariz aguileña que se aventuraba unos
centímetros delante de las mejillas, como un telescopio o periscopio, en el
caso de hallarse en uno de esos submarinos donde varios metros por debajo de
agua puede verse el horizonte en la superficie donde las olas siguen ajenas al
tránsito de esos pesados peces de metal que van dejando su huella, ineludible
huella de contaminación sobre las limpias aguas de los océanos.
Aquellas
narices se adelantaban olfateando el camino, que a sus propietarios, aún, les
quedaba por recorrer. Las narices avanzando. Subiendo la escalera de seis
escalones, traspasando el umbral y luego la puerta de entrada de la comisaría
de aquel pueblo. El mismo que hemos descrito donde una única calle hacía su
labor de daga para atravesarlo y digo daga porque en su parte final, conforme
se sale hacia el sur, se curva la ancha calle y se dirige por unos instantes
hacia el este y luego como si la misma punta de daga tuviese una rotonda allí,
ya en las afueras del pueblo, un semicírculo nos pone de cara al suroeste y así
podemos ver que la carretera se pierde en una infinita recta que se fuga con
sus dos líneas paralelas en un lejano horizonte.
Lo que en el
interior de la oficina del sheriff Cesáreo iba a acontecer lo sabría yo días
más tarde. Realmente lo que allí iba a ocurrir no era más que el inicio de mi
aventura y la razón por la cual estoy relatando sobre el hecho en concreto, a
pesar de mis divagaciones.
Continuará próximo capítulo el lunes día 30
de abril de 2012 y ENTREGA DEL LIBRO EN FORMATO DIGITAL EN TU BUZÓN DE CORREO ELECTRÓNICO.
Así en el cielo novela de Salvador Moreno
Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm
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