Para hacer boca en espera de que llegue el día 1 de junio y os entregue el libro de cuentos Siete (7) cuentos de pan y pimiento, os invito a leer Charly a secas y otros cuentos, relatos inéditos hasta hoy que pasan al universo cibernético para que lleguen a ti, lector, lectora.
Te dejo con estos cuentos que espero disfrutes, y si quieres deja tus comentarios, será un placer conocer tu opinión.
Saludos.
Salvador Moreno Valencia
Charly a secas
La avenida principal de Alorigneuf estaba
desierta a esas horas, las cuatro y treinta y cinco de la madrugada no era la
mejor hora para estar en la calle, pero sí para llevar a cabo el objetivo que
Charly se había marcado hacía un año.
Estaba lloviendo y la temperatura no subía de
los cinco grados; era, lo que literalmente se dice, una noche de perros, pero
Charly había salido decidido a realizar su plan, eso, o tendría que vérselas
con Matías que no era hombre de razones que no fueran las suyas.
Allí estaba el joven de Adnor con su cazadora
de cuero abrochada hasta las orejas, y un cigarrillo en la comisura de los
labios, cuyo resplandor iluminaba su rostro moreno dándole un aire de ingravidez
que resaltaba su belleza de veinteañero. Había venido a aquella ciudad con la
ilusión de llegar a ser un gran actor, porque era Alorigneuf la gran ciudad del
cine, un lugar idóneo para llegar al estrellato, o para acabar en la fosa de
los desconocidos que allí poblaban la zona sur del cementerio, un lugar que a
Charly le recordaba el libro de Todos los
nombres, en el que el protagonista se adentra en un cementerio en la zona
que se dedica a los suicidados, por tanto desterrados a ese rincón maldito, por
no pertenecerles la gracia divina de ser consagrados en su muerte.
Nada escapa a los designios divinos, y menos
por mano y obra de los que ejecutan su doctrina en la tierra. Pero Charly traía
sueños de grandeza, y cuando se vio rodeado de toda esa parafernalia que el
glamuroso mundo del cine, pone a disposición de los consagrados, sus sueños
alcanzaron la cima de las ilusiones y de su esperanza. La fe mueve montañas y a
idiotas.
El furgón blindado se fue acercando
lentamente como lo hacía cada mañana desde que el joven lo observara. Aparcaba
delante de centro comercial. Bajaban de él dos guardias armados hasta los
dientes, pero despreocupados por rutina, nunca habían tenido un percance en los
veinticinco años que llevaba la empresa de seguridad trabajando para AEKI, y
por regla general salvo la excepción de las vacaciones de los guardias, siempre
habían hecho el servicio los mismos guardias: tres hombres de unos cincuenta
años, con imagen de ser más brutos que una mula, barrigones y medio calvos, bebedores
de cerveza y adictos a las barbacoas que celebraban todos los sábados en caso
de uno u otro para ver el fútbol, deporte que los hacía enloquecer e incluso
olvidar a sus mujeres, que rumiaban en corro las cervezas y el vino mientras le
gritaban a los hijos, o ponían a parir a alguna vecina que no estuviera
presente.
Dentro del furgón siempre quedaba el mismo
tipo sentado al volante y ajeno a su entorno, por las mismas razones que ya he
dicho. Charly había estudiado todos los movimientos un día tras otro y sabía
que todos los días salían en las sacas que portaban los guardias, quinientos
mil euros, y los domingos por lo menos tres veces más. Dinero más que suficiente
para pagar la deuda que tenía con Matías, al que temía porque sabía que no se
andaría con tonterías y lo mandaría al cementerio, precisamente a ese lugar
donde dormían el sueño de los justos los desheredados de aquel mundo de
plástico.
Charly tiró el cigarrillo al suelo, lo
aplastó con rabia bajo la suela de sus botas. Se bajó el pasamontañas y se
dirigió hacia el furgón blindado. El chofer seguía las noticias por la radio y
como su despreocupación era tal, había dejado, como lo había hecho siempre, la
puerta lateral trasera abierta, la misma que utilizaban sus compañeros para
bajar y subir al blindado. Charly lo tenía claro, sólo tendría que subir,
esperar y ya está.
Los dos guardias regresaron en el tiempo
estipulado con las sacas en las que portaban toda la recaudación del sábado de
aquel gigante comercial.
-Jim pon el furgón en marcha, nos vamos- dijo
el que parecía ser el jefe de aquel trío.
-A la orden Peter- respondió el chofer,
diciendo esto se oyó el rugido del motor. Sus compañeros subieron a la parte
trasera del furgón y una vez dentro cerraron la puerta. Donde les sorprendió el
chico, invitado con el que no habían contado.
Charly había alcanzado su objetivo, contrario
al que traía cuando llegó a la ciudad.
Nunca más lo volví a ver a Charly. Me fastidió su
desaparición porque lo había seleccionado, de entre un millar de entrevistados,
para ser el actor principal de la película que iba a dirigir titulada Charly a secas. Años más tarde de su
desaparición recibí una carta sellada en Aunirilla, en la que me contaba su
aventura.
Nataly bajo la
lluvia
“Si algo tiene que
ocurrir, ocurrirá por mucho que intentemos evitarlo.”
Máxima china.
Máxima china.
Nataly camina pensativa bajo la lluvia,
recorre las calles sin rumbo fijo, sin un orden establecido como si todo su
cuerpo y su mente se hubiesen alojado en una profunda anarquía. Llueve con una
intensidad suave como si la lluvia hubiera decidido acariciar el campo y la
ciudad, acariciar el cuerpo de los pocos que se atreven a salir en días como
este.
Nataly camina pensativa, al menos eso cree el
hombre que la observa debajo del alero del edificio donde se aloja la
biblioteca municipal. No es la primera vez que él la ve pasar con su aire de
despreocupación y que aparentemente muestra la más absoluta de las
indiferencias.
-Los jóvenes de hoy en día- le dice Ernesto
al conserje de la biblioteca-, parecen haber perdido el rumbo, Ramón.
-Sí, eso parece Ernesto- responde el
funcionario dando una calada a su cigarro.
-Esa chica lleva pasando meses por aquí,
llueva, nieve o haga un frío de pelarse, ella parece no ser afectada por esas
trivialidades.
-Ernesto, piensas demasiado, quizá la piba va
a follar con su amante o por su aire distraído ya viene de hacerlo y va casi
levitando, yo diría que esa joven está bien follada- argumenta Ramón que a
pesar de trabajar en la biblioteca ha leído pocos o ningún libro en su vida.
-Eso será- se resigna Ernesto ocultando las
emociones que siente cuando Nataly pasa cada mañana a la misma hora hacia
ninguna parte o quizá hacia todas las partes de su mente bajo la lluvia.
Ernesto y la
lluvia
Siempre que pasa por la puerta de la
biblioteca lo ve ahí parado, fumando con el otro tipo, ese gordiflón de
mejillas rosadas y aire de felicidad; le atrajo la primera vez que pasó cuando
se dirigía al trabajo, había descubierto ese atajo y desde su apartamento a la
oficina era el camino más corto, así que con su habitual manera de vagar antes
de entrar a trabajar pasó por la puerta de la biblioteca y lo vio, ahí, en la
puerta, fumando junto al gordo que parece un muñeco de azúcar; pero él es
lindo, contiene esa belleza profunda y casi hermética que pocos hombres, que
ella haya conocido, poseen. Pero no se atreve a decirle nada, así que ya van
más de tres meses de pasar cada día a la misma hora y ella se hace la despistada
como aparentando ser indiferente a cuanto la rodea, pero en el fondo su piel se
eriza cada vez que pasa por la puerta de la biblioteca donde bajo el alero,
Ernesto, que es como se llama el hombre que fuma junto al gordinflón, se
refugia de la lluvia.
Agua Dulce
En la sierra del norte de Atag hay una pequeña aldea que en
invierno suele quedar aislada por la nieve. Es Agua Dulce, nombre que recibe por el particular sabor de sus aguas,
que saben dulces sin contener ni un ápice de azúcar y también es conocida la
aldea por el no menos particular carácter de sus habitantes propensos todos al
amor en exceso; si las aguas de Agua Dulce
dan la impresión de dulces sin serlo, los aldeanos también dan la impresión de
amorosos sin serlo. Bajo esa apariencia se esconden verdaderas tragedias dignas
del odio y el rencor que sufren los aguadulceanos, que han cometido los más
grandes y atroces crímenes que se hayan podido cometer en el transcurso de la
historia de la humanidad: amar y matar, matar y amar matando.
Las afueras de Cantorodado
Cantorodado es un lugar apacible, uno de
esos pueblos bucólicos donde nunca, a simple mirada, ocurre nada. El tiempo
parece haberse detenido porque ni los relojes acompasan sus horas con
normalidad, sino que lo hacen con tal lentitud que produce en ellos un atraso
de varios años. A esto los cantorodianos
ya se han acostumbrado, nacen con ese atraso, viven con él y mueren atrapados
en él.
A pesar de esa apariencia indiferente de sus
aldeanos y de su entorno, la vida en Cantorodado
no es nada indiferente porque toda acción, todo pensamiento, toda forma de vida
está controlada por todos, es como si los mismos vecinos fuesen espías unos de
otros. Así todo se sabe y todo se denuncia en la asamblea y pobre de aquel o
aquella que ose incumplir las reglas establecidas. Son señalados por el dedo
acusador de sus convecinos y expulsados del pueblo desterrados por meses o años
según la infracción cometida. Pero a pesar de ello, los cantorodianos siguen comportándose como si no ocurriera nada.
Las delicias
jardín
Hay en el edificio Luna de Prometeo un bello jardín en el que apenas verás a alguno de
los vecinos del edificio, como mucho, algunos niños que juegan al fútbol, pero
poco más. Y lo que parece que no es visible, no lo es, evidentemente, si no
observas con atención. Pero si prestas atención descubrirás que existen guerras
por el control del jardín, que la verdad hay que decirla, es una delicia de
jardín, una especie de Edén particular gobernado desde las sombras por la junta
directiva de la comunidad, que es la que se encarga de que todo siga como está.
Una de las funciones que tiene dicha junta
directiva, es prohibir: prohibido jugar a la pelota, prohibido perros, prohibido
gritar, prohibido bañarse -para este punto prohibitivo se llevó a cabo el
cierre de la piscina y posterior recubrimiento con tierra del hueco en el que
antes se alojaban las mansas aguas azuladas por las paredes pintadas de azul-.
En su lugar ahora hay una jungla que libera a cientos de caracoles y
escarabajos rojos.
A pesar de que es una delicia de jardín no
suele ser utilizado para evitar enfrentamientos: el ágora de los griegos ha
muerto.
Egoistópolis
En este curioso país hay un millón de
viviendas vacías y paradójicamente hay un millón de familias sin hogar.
En Egoistópolis
se tiran cada día miles de toneladas de comida y paradójicamente hay un millón
de egoistopolitanos que pasan hambre.
En Egoistópolis
no se saluda por la calle y las casas parecen cárceles con rejas por todas las
ventanas.
En Egoistópolis
el miedo de los egoistopolitanos los
ha llevado a desconfiar de todo y de todos y la propiedad privada es custodiada
con armas.
Los egoistopolitanos
preferentes no dudan en matar de un disparo a otro egoistopolitano no preferente que intente sustraerle sus tesoros…
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