Salvador Moreno Valencia
Tenía diez años, ojos azules, el pelo rizado y dorado como el trigo
espigado en la campiña antes de ser cortado. Vestía pantalón ajado por la
miseria, un suéter azul con rayas blancas de mangas largas que le sobrepasaba
las rodillas.
Su madre trabajaba limpiando escaleras por un mísero sueldo; su padre
tenía como ocupación darle a la botella y propinarle palizas a su mujer cuando
llegaba embriagado.
La niña se ocultaba tras unos cartones cuando veía a su padre
maltratar a su madre, muerta de miedo no le salía ni un sollozo. Una tarde fue
con su madre al centro de aquella maravillosa ciudad, donde ya brillaban las
luces de la Navidad
y los escaparates relucían llenos de artículos inalcanzables para ella.
Cogida de la mano de su madre, miraba con un brillo en sus ojos que
iluminaba más que alguno de aquellos árboles llenos de bolas de cristal y de
luces que parpadeaban como estrellas.
En un remolino de gente se soltó su pequeña mano de la de su madre. De
repente se detuvo frente a una fuerte y cegadora luz.
Delante de ella, tan cerca que podía tocarlo, estaba aquel gordinflón
con rosadas mejillas, con enormes barbas blancas vistiendo un traje rojo,
sentado en un trineo tirado por renos que miraban la muchedumbre con ojos
redondos donde Rocío pudo mirarse como si fueran espejos.
El hombre vestido de rojo la miró y con un guiño le pidió que se
acercara. La cogió en sus brazos. Rocío sintió el calor que desprendían sus
brazos; blancas barbas que nacían de las sonrosadas mejillas como chorros de
agua plateada por la luna la enredaron con tacto algodonado.
Su madre apareció entre la muchedumbre, se acercó y abrazó a la
pequeña que miraba a los renos con los ojos muy abiertos. El hombre del traje
rojo se despidió de ella con un beso en la mejilla. Madre e hija se alejaron
por la avenida mirando de vez en cuando hacia atrás
Esa noche Rocío se durmió feliz pensando en su aventura.
Dibujo realizado por Jessica Sánchez |
Rocío se despertó con los gritos de su padre que una vez más llegaba
borracho y le estaba pegando a su madre. Se levantó despacio y se asomó tras la
cortina que dividía aquella chabola en dos. Sus ojos se llenaron de lágrimas,
una rata cruzó la calle, Rocío se refugió entre sus mantas, a pesar del miedo
el sueño la venció. Soñó con un trineo tirado por renos volando bajo el cielo
estrellado.
Este cuento ha sido patrocinado por LetrasTRL: http://www.alvaeno.com/letrasTRL.htm
2 comentarios:
Me encantó este espíritu navideño. Un mini relato que enseña mucho. Felicidades, Salvador.
Gracias amigo Antonio José, creo que es necesario crear conciencia de lo que está ocurriendo en el mundo, mientras occidente gasta desaforadamente en estas fechas, la solidaridad debe empezar por no participar de esta pantomima, o al menos hacerlo con moderación exaltando los valores humanos que la navidad realmente debería enaltecer, no el consumo puro y duro en el que se han convertido las mismas.
Un abrazo.
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