Letras tu revista literaria

miércoles, 23 de agosto de 2006

La Luna del Membrillo



A Corina


El sol se está ocultando, en el horizonte el mar se viste de oro. Las gaviotas se reúnen en la playa. El viento arrastra una maraña de nubes.
Llevo horas sentado sobre la arena. Cierro los ojos y puedo ver, con nitidez, un rostro.

En el campo los membrillos van amarilleando entre las hojas. Abro los ojos y el rostro desaparece y frente a mí, nuevamente, el mar que ahora viste su traje de noche bañado por el destello plateado de la luna que se asoma tímida entre las pequeñas olas.

Cierro los ojos pensando en el color de los membrillos. Otra vez ese rostro que llega a mi mente, una mujer que se balancea bajo las ramas del membrillo asiendo un canasto en su mano, un canasto que va llenando con la dulce compota del fruto amarillo.

Es una mujer morena de ojos profundos. La imagen se repite una y otra vez: la veo allí recogiendo el fruto del membrillo.

La playa está desierta y yo sigo aquí sentado contemplando, en el horizonte, la luna que hoy hace gala de su más bella plenitud. No quiero marcharme, quiero estar aquí sintiendo el roce de la arena en mis pies descalzos.

Ella aparece y desaparece. La veo ahí tan cerca, pero se evapora como un sueño con alas de mariposa.
Sigo aquí sentado esperándola, deseándola. Pero ella va y viene como las olas. El rumor del viento me habla de su vida. El mar brilla sonriéndole a la luna, ella me sonríe ocultándose tras la niebla.

Luna de Octubre.
Luna del membrillo.

Empiezo a sentir el frío de la noche, la humedad del mar se va introduciendo en mis pensamientos entumeciendo la memoria. Decido levantarme y caminar para entrar en calor. Sigo viéndola, la presiento.
Voy andando por la playa, envuelto en mi capa de sayo. Lanzo piedras al vacío de la noche sin ella. Una fuerza desconocida hace que me detenga, caigo al suelo, todo queda en el más absoluto silencio, todo se oscurece.

El membrillo.
Luna de Octubre.
Carretera sin final.

Voy en un coche, conduzco alegre al ritmo de una sinfonía, melodías que danzan en el interior creando pensamientos alegres, un coche me adelanta. Como único ocupante una mujer que conduce ensimismada en sus asuntos, imagino. Sin intenciones de ningún tipo seguimos nuestro camino. De repente jugamos al gato y al ratón. Ese rostro ¿dónde he visto esa cara, dónde esos ojos?

El membrillo,
la luna, el mar,
esa mujer...

En el oeste el sol lanza sus últimos rayos sobre algunas nubes solitarias. En el este, sobre los llanos de La Mancha, se levanta poderosa la luna en su plenilunio iluminando los viejos molinos de viento, ¡aquellos gigantes! A mí lado, en el asiento del conductor está ella. Hablamos de Federico, de Cohen y de Pequeño Vals Vienés mientras contemplamos alegres los colores que pintan el sol y la luna sobre el lienzo del cielo.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals, este vals del "Te quiero siempre".*


La oscuridad desaparece. Estoy helado, tiemblo de frío. El mar sigue acunando a la luna. Haciendo un esfuerzo me pongo de pie y echo a andar. Siento una extraña redondez en mis manos.

Amarillo va el membrillo
Por caminos imaginarios.
Amarilla va la Luna
Por un mar solitario.
© Salvador Moreno Valencia

*Versos de Federico García Lorca: Pequeño Vals Vienés