Letras tu revista literaria

jueves, 14 de mayo de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (Basado en hechos reales)



El lunes veintital amaneció con bruma, y sin variar la hora, el sol comenzó a despuntar por el este metiendo un pie en el agua y el otro por la ventana de mi cocina. Había tenido una noche incierta, despertándome cada dos por tres, sobresaltado, como excitado pero sin erección alguna; en la primera ocasión desperté justo al principio de comenzar a ser arrastrado por los pelos en mis sueños. Sin embargo… no nos desviemos del tema.
Decía que el veintital amaneció brumoso. Yo hice lo que cada lunes vengo haciendo desde que el mundo es mundo, al menos, desde que mi mundo es mi mundo: entré en el baño, defequé y oriné, me miré en el espejo tras haber quedado liberado de mis inmundicias. Fui a la cocina, preparé mi adición preferida, el té, y tosté una rebanada de pan integral, la coloqué sobre un plato, la rocié de un aceite de oliva color oro, y luego restregué sobre su rugosa textura un diente de ajo. La cocina fue adquiriendo forma conforme el sol la fue iluminando por completo. En un cesto de mimbre brillaron manzanas, plátanos y nísperos.

Una vez oficiada la homilía del desayuno, encendí el ordenador y mientras éste se ponía en marcha, me lavé los dientes, me atusé el mentón donde se comenzaban a adivinar como una fina nevada las canas. Entonces llaman al portero electrónico. Voy hacia él, lo descuelgo y oigo la voz de una mujer mayor que no era otra que la de una de mis vecinas.
-Perdón pero me he equivocado- dijo y yo colgué antes de decir nada.
Pensé que mi vecina, la que vive al este del edificio, justo colindando con mi piso, esa mañana había olvidado tomar las pastillas, las mismas que con toda seguridad la mantenían en un estado como de eterna estupidez mostrando una sonrisa todavía más eterna y estúpida; con sus andares como si flotara; sí, me dije, la señora Adela ha olvidado su Prozac.
Terminé de asearme y tras un último vistazo al espejo, con el que parecía haber firmado un pacto, al que me unía una especie de complicidad porque cada día al mirarme en su superficie engañosa, el otro, el que estaba dentro o fuera, dejaba de ser yo por momentos. Así que me dediqué un cariñoso guiño, y le dije al del otro lado: ‘¡eres irresistible!’, y satisfecho me senté al ordenador para comenzar mi trabajo. Tengo, entre otros muchos vicios, el de escribir en Blogs y contar mis desventuras y aventuras.

No había hecho nada más que sentarme cuando llaman a la puerta, y pienso que quién puede ser a esas horas tan tempranas, no espero a nadie. Me levanto, voy hacia la puerta, miro por la 'mirilla', y allí, no hay duda, está la señora Adela.
-¡Buenos días señora!- le digo al abrir-, ¿le ocurre algo?
-No, no es nada, pero...- se queda pensativa y como sin atreverse a contarme lo que ha venido a decirme; su voz parece atribulada, yo me reafirmo en el pensamiento de que la señora ha olvida tomar sus píldoras celestiales, y como tomando carrerilla dice- es que mire lo que han hecho en la escalera, venga, venga, por favor.
Yo la sigo algo preocupado, quizá han hecho un destrozo, o quizá son sólo manías de vieja.
-Mire, es que no hay vergüenza, un perro ha tenido que ser, de los de arriba, sí- dice enseñándome (justo en el tercer escalón del primer tramo de la escalera del edificio, he de decir que yo vivo en el primero a unos dieciséis escalones), una grotesca mierda, de medidas, peso y olor alarmantes, que luce en todo su esplendor.
-¿Verdad Arturo?- me dice la señora Adela-, verdad que no hay vergüenza, tener esos animales sueltos y dejar que hagan su caca en cualquier parte.
Yo miro con estupor la mojama que hay sobre el escalón, analizo su color, su dimensión, incluso observo su textura… al poco aparece otra de las vecinas, la del 2 B, y dice:
-No es la primera vez, con esta van seis; mi marido se la ha encontrado esta mañana a las siete y media y me ha llamado para decírmelo; luego la ha visto mi hija, y mis hijos han tenido que saltar por encima de ella- abre la puerta del ascensor y sentencia-, de perro nada, esa es de persona.
Cosa que yo había deducido en el momento en que vi tamaña miseria allí en el tercer escalón de la escalera. Sin duda era de persona.
-¿Usted cree Arturo que es de persona?- pregunta incrédula la señora Adela; asiento con un movimiento de cabeza.
La otra mujer, la del 2 B, de la que desconozco el nombre, cierra la puerta del ascensor, movimiento que me hace ver un folio en el que leo:

“Han vuelto a lo de la caca en la escalera, el día tal la recogió fulana, el tal fulanita, y el cual zutanito del piso tal, y son 6 las veces”

Entonces y dada mi afición a resolver misterios, y a mi aburrida vida, decidí abrir una investigación para averiguar, y para poner emoción en mi estrecha existencia, quién podría ser el culpable de tamaña acción; y no sólo averiguar quién había sido, sino que quería averiguar qué motivos lo habrían llevado a hacerlo.
¿Quizá fuera un desequilibrado el autor de tan ruin acto? ¿Una venganza?, ¿una broma macabra?, ¿un joder por joder al vecindario? No lo sabía, pero en aquel momento totalmente decidido inicié mi investigación y los resultados son los que ahora les cuento.

Y como el forense disecciona las partes de un cadáver, yo comencé a diseccionar el edifico al que me acababa de mudar, no hacía ni dos meses.