Letras tu revista literaria

viernes, 3 de julio de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 5

Algo me decía que la información que en el edificio corría de piso en piso y de boca en boca, no era muy clara, a no ser que los que allí vivían tuviesen, como es lo más natural en el ser humano, esa predisposición a cambiar cuanto oye, y cuanto ve. Porque si mi memoria no me falla, mis dos primeros encuestados, por decirlo de algún modo, no coincidían en el aspecto matemático del asunto, porque uno decía que seis y la otra que cuatro; y ahora la señora Natalina, tan amable, tan hospitalaria, tan dulce, aseguraba que habían sido siete; y no olvido que en esto coincidía con Erika. Entonces quizá tanto una como la otra estuvieran más al tanto sobre la sordidez del asunto.
Natalina me invitó a pasar como ya he dicho. Al hacerlo pude comprobar que el niño que había salido a recibirme jugaba en el salón con un entramado de vías de madera donde un tren con su locomotora antigua recorría la corta distancia que distaba entre su punto de encuentro; un viaje apasionante donde el niño imaginaba paisajes, animales, pueblos, coches, hombres, árboles y todo tipo de monstruos.
-¿Es su nieto?- pregunté a la anciana.
-No, ¡que va! Mis nietos, nos lo he llegado a conocer, bueno, en persona, los he visto en fotos, pero nada más- respondió Natalina.
-¿Viven en otro país?- pregunté algo ingenuo. Tampoco era de vital importancia para mí descubrir el paradero de los nietos de la dulce anciana.
-Sí, señor…- se detuvo, se atusó el pelo que lucía plateado y exuberante-, ¿cómo ha dicho que se llama?
-Arturo-, dije y sumé-, Montes, señora, Arturo Montes. Me vino a la memoria la coletilla con la que crecí y con la que me educaron: “para servir a dios y a usted”. Me pilló la dictadura casi al final de la misma, pero recuerdo que nos hacían cantar el himno nacional todas las mañanas ante la bandera, mientras ésta izaba sus alas y nos enseñaba su pico afilado de águila y sus ojos avizores y amenazantes como si nos perdonara la vida.
-¡Uy! Perdone pero tengo muy mala memoria, siempre me ocurre lo mismo, pero desde que tengo memoria, ya ve, y es muy poca, recuerdo que he olvidado siempre los nombres de las personas, luego al cabo de varios intentos y equívocos, termino memorizándolos y ya nada los borra de esta cubierta de canas- se señaló la cabeza con un gesto algo cómico-, pero siéntese por favor, no sea tímido, que ahora le pongo un té y le cuento, ande, ande, siéntese.
El niño seguía viajando a bordo de su tren de madera por campos imaginarios, llegando a estaciones, también imaginarias donde los viajeros hechos del mismo barro que todo en su viaje, la imaginación, subían y bajaban, se encontraban o se despedían de sus seres queridos, y luego la locomotora hacía sonar el silbato y el jefe imaginario de estación daba la salida y el niño ponía el sonido del motor apretando sus labios y haciendo vibrar la lengua sobre ellos.
Natalina regresó con el té y un plato de galletas en una bandeja. La puso sobre la mesita, sirvió una taza de té y se sentó frente a mí.
-Le decía que no es mi nieto- comenzó a decir-, pero es casi como si lo fuera, lo cuido desde que nació prácticamente; necesitaba un trabajo y este no es del todo malo, ya ve, una ya con los años no puede acceder a cualquier trabajo; no crea, estoy contenta, pero echo de menos a los míos, mi tierra, bueno, ¿qué le parece?, esta es de algún modo mi tierra, al menos mis padres nacieron en ella, y las paradojas de la vida, fíjese, ellos tuvieron que abandonarla para ir en busca de mejor vida, y yo he tenido que abandonar la que ellos buscaron para mejorar por motivos similares- se detuvo, le dijo algo al niño en un idioma desconocido para mí, el niño comenzó a desmontar su mundo ferroviario como si el gobierno de aquel país inventado hubiera decretado el cierre de todos los ferrocarriles por motivos económicos, el niño guardó todas las piezas en una caja de madera en la que rezaba una leyenda también en un lenguaje desconocido para mí.
-Perdone, ¿qué idioma es?- pregunté con la curiosidad que me es característica.
-¡Ah!, perdone que no me he dado cuenta, siempre le hablo a él y sus padres en su idioma, ¿sabe?; ellos son suecos, el niño no, cómo se lo explico, el niño nació en este país, pero sus padres no quieren que tenga esta nacionalidad sino la de su país. ¡Ve! El mundo es una paradoja. ¿Cuántas miles de criaturas hay por ahí que darían un ojo, un riñón, o qué se sabe, cualquier cosa por que les dieran papeles, quiero decir la nacionalidad en este país al que han venido buscando algo mejor; pero ellos no quieren que su hijo, aunque vive en este país, sea del mismo. Va a una escuela sueca, no tiene amigos de aquí, sólo de allí, y no hablan, ni él ni sus padres el idioma de aquí. Una tuvo que aprender el de ellos allí cuando llegué a Suecia, pero esto es una historia muy larga, y a usted no le interesa, ha venido aquí para descubrir quién es el mal nacido que hace esa barbaridad en la escalera.
-Bueno, me interesa su historia, no crea- dije algo aturdido. Aquella mujer no iba a dudar contarme su vida.