Letras tu revista literaria

viernes, 22 de junio de 2012

El centauro



Ring, ring, ring; cuatro y a la de cinco la telefonista descuelga el auricular:
-¡Dígame! aquí la central de la policía, en qué puedo ayudarle.

Sistemáticamente como una de esas máquinas, la señorita suelta su discurso. Al otro lado una voz sollozante, más bien una voz ahogada en llanto intenta hacerse paso entre la oleada de lágrimas salvajes que como un surtidor sin control humedece el cielo con su lengua de agua, las lágrimas humedecen el rostro del la mujer que intenta decir algo a la persona que como una máquina ha soltado su retahíla de palabras aprehendidas.

-¿Es la policía? -pregunta tímida y temerosa la voz.
-Sí, ya se lo he dicho -responde la telefonista algo indignada, o más bien cansada de oír siempre lo mismo, pero ahora, precisamente ahora va oír algo diferente; no es la común denuncia de robo, de pelea o de borrachos molestando a altas horas de la madrugada. Esta vez es algo fuera de lo normal, sobre todo para la telefonista que tan sólo lleva en ese puesto dos días.

-Quería poner una denuncia.
-Muy bien pues comience, no tengo todo el día para usted -responde alterada la joven.

El centauro dobló la esquina, o mejor dicho, giró en la esquina, cambió el rumbo y se dirigió, ebrio de líquido baconiano, hacia el portal de su casa. Una manzana tan sólo lo separaba de su aposento. Luego, como buenamente pudo, abrió la puerta del portal; subió la escalera, a cuatro patas; dos pisos y ya está. Un naciente ardor de ira y odio se fue apoderando de sus ojos.

Arriba dormía con un sueño entrecortado de pesadillas la mujer a la que él, afirmaba amar, con uno de esos amores posesivos y violentos.

La escena dejaba un aroma de hielo en el aire profundo de la noche.

Las llaves en la mano izquierda se agitaban o eran agitadas por un acto nervioso que no dejaba apaciguar los dedos que, inquietos, estrangulaban el llavero, donde una fotografía, (de ella, la que se debatía entre pesadillas) sonreía al objetivo de una cámara que inmortalizó el momento en que contrajera matrimonio, con él, el centauro. El flash y luego la posteridad, el futuro imperfecto que la balanceaba (a ella que despierta de su pesadilla), entre el terror y la locura.

El centauro abigarrado y sumido en el despecho, el desprecio y la cólera, cocea con su patas de macho (semental de masa encefálica gris); que interpreta, cualquier actitud o cualquier gesto: una mirada, una leve sonrisa, un saludo, como una provocación y una humillación hacia su persona.

-Ya no me quieres como antes, eres...

Comienza la fría palabrería, que veja, que humilla previamente a la paliza, escupida por el odio interior que el alcohol, una noche más, ha enaltecido haciéndole invencible: el centauro poderoso, bestia y hombre.

Sobrio es capaz de golpearla hasta la extenuación.

Ebrio el centauro bufa y, en sus ojos la cólera ardiente como el fuego en la boca del dragón que un osado llamado San Jorge le  arrebatara la vida de un tajo de espada y luego lo arrastrara asido con el cinturón de la princesa, se agita y la puerta cede a su embate.

Ella sale de las profundidades del averno al oír el sonido de los cascos del centauro en el pasillo, y dolorida, compungida por el miedo que siente se refugia bajo el edredón: (ánade muerta, plumas que confortan ante el frío polar de la noche), plumas sin alas, las sin plumas que puedan rescatarla, que puedan hacerla volar por encima de la cabeza del monstruo y alejarse indemne de allí.

Frente a ella, en la puerta, ya en la habitación la bestia bufa impregnando la alcoba con el vapor del aliento que deja en el aire un olor dulzón aguardentoso.
Ella gime aterrorizada bajo la frágil barrera plumífera. Él, el centauro, vuelve a bufar y reculando sobre sus cuartos traseros da media vuelta y se dirige a la cocina.
Ella suspira con alivio; sale de la cama y se refugia en el cuarto de baño.
En la cocina él, ojos vidriosos, bilis en la boca; un trago más y la voz de las estrellas estrellándose en los azulejos del recuerdo.

-Ya no me quieres como antes, eres una…

Fotografías de novios felices cortando una tarta. ¡Vivan los novios!

Ella, sobrecogiéndose y armándose de valor se dirige hacia un enfrentamiento que no podrá aplazar por mucho más tiempo.
Él, lágrimas de rabia corriendo por su rostro sudoroso y rojo de ira.
Ella, por primera vez lo mira  a los ojos retadora, sin miedo o como si este se hubiese convertido en temeridad.
El centauro se gira y con un golpe violento cae sobre la fragilidad personificada en ella que se desploma sobre el suelo de la cocina.
Él busca en uno de los cajones, nervioso y violento esparce su contenido sobre la víctima que solloza hecha un gurruño a sus pies.
Ella recibe la lluvia de metal y estoicamente con una fuerza inusitada se yergue asiendo un cuchillo jamonero en su mano derecha.
El centauro se derrumba en el suelo dividido en dos. La bestia por un lado lanzando al aire sus últimas patadas, y por otro el hombre bañado en lágrimas de odio mirando al techo, grita: 

-Ya no me quieres como antes, eres una…

San Jorge en ella; el dragón vencido, el centauro, por fin separado, la bestia se retuerce, el hombre perece y en la foto parecen haberse esfumado las sonrisas y el cuchillo con el que cortaban, los novios felices, la tarta, ha desaparecido.

Ring, ring, ring, cuatro y al de cinco… 


Relato incluido en el libro El defecto mariposa