Letras tu revista literaria

sábado, 29 de agosto de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 12

Nada podía hacer. Lo mismo que cuando los del pensamiento vinieron y se jactaron con mis humildes huesos. El señor Mena apareció, en el preciso momento que el hombre, el vecino, del que sospechaba Natalina, sí, el señor Mena vino como caído del cielo, aunque desde ese lugar no recibía nunca correspondencia.
Entonces abrí la puerta.
-¡Señor Mena, qué sorpresa!- dije tendiéndole la mano e ignorando al vecino atribulado.
-¿Sorpresa?- preguntó sorprendido-, si habíamos quedado Arturo, ¿no se acuerda?
No, no me acordaba y la cabeza, a pesar de los cuidados de la princesa de las amazonas, me seguía doliendo. El hombrecillo permanecía imperturbable, allí, mirando con sus ojillos de ratón, su nariz de hurón, y sus boquita cerrada como una cicatriz.
-Perdone, pero…-abrió la cicatriz en un intento llamar la atención el pobre cagador, o al menos el presunto cagador, pero cagadores somos todos, una cosa es que lo hagamos en el lugar ideado para tal fin y otra es que lo hagamos en la escalera, pero, ¿con qué fin se caga uno en una escalera? Quizá el hombrecillo asediado de repente por uno de esos retortijones que no tienen intención de aviso, sino de acción, se vio en la disyuntiva de bajarse los pantalones y zas.
-Perdone pero… dijo nuevamente el ratón inquieto…-, me gustaría contarle a usted, quiero decir- se detuvo como pensando en la o las palabras que quería y había venido a decirme. El señor Mena lo miraba con cara de no creer lo que estaba viendo, sin embargo, se quedaría de una pieza, como un bloque de mármol, cuando escuchara lo que el hurón había venido a contarme, motivado, según dijo, por el rumor que se había propagado cual incendio en un mes de agosto al lado de un pinar, en todo el edificio; no se hablaba de otra cosa. No de la acción en sí, quiero decir del acto miserable de plantar un pino excremental en la puerta de entrada del edifico, no, de este acto no se hablaba, pero, curiosamente, sí se hablaba de que un recién llegado vecino que vivía en el primero b, estaba haciendo preguntas sobre el asunto en su afán de saber quién había sido el culpable de aquella bellaquería.
Así que no me quedó más remedio que hacerlo pasar junto al señor Mena, con el que al parecer había quedado el día anterior, del que recordaba poco más que a la camarera del bar Anita, o sea, la misma Anita propietaria del antro, sirviendo la copa que puso fin a todas mis cábalas de consciencia.

sábado, 15 de agosto de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 11

Como una enfermera me cuidó Erika y durante la mañana que estuvo atendiéndome me terminó de contar su odisea, desde que la engañaron con el contrato de trabajo hasta que la secuestraron y la obligaron a prostituirse.

El timbre de la puerta sonó, una, dos, tres y a la quinta Erika abrió.
-Buenos, buenos, días, días- dijo la voz de él.
-¿Qué se le ofrece?- dijo ella, la princesa de las copas sin lustrar.
-¿Vive aquí Arturo Montes?
-Sí- oí que Erika respondía.
-Me gustaría hablar con él.
Yo desde el sofá intenté decirle a Erika que le dijera a quien fuese que no estaba, yo, claro, quién si no iba ser?
Un energúmeno con boca de pez.
-Lo siento, pero Arturo no está- oí la sensual voz de mi vecina.
-Vale, pero dígale que es muy importante, soy el vecino de arriba.
Y la voz se extinguió como se extinguen las especies. Dice alguien con quien cené una noche,la mujer de un tipo estirado y con aires de grandeza, sí, ella, con una insatisfacción sexual que le sale por las orejas, que a ella, sí a la mal follada, no le parece bien que los niños beban con quince años. No te jode, ¿con qué edad creen que ella echó su primer polvo? a los doce.
Mejor es preservar a la especie de la extinción, absoluta e indiscriminada.
Y yo me quedé pillado en la puerta de un lavabo con la polla en la mano y en la otra un buen monte venusiano, con las dos manos, ano.
Sí, decía que…
Nada, que esa noche no podía realizar mis actos, no, que quería hablar con Arturo con respecto a lo de la mierda en la escalera.
Oí la frase y casi estuve a punto de levantarme del sofá en el que hacía buena cuenta de un verdadero Blody Mary a lo polaco, y ella interrumpida a punto de hincar su felación sobre mi apenado corazón.
El tipo ahuecó el ala, Erika volvió al relato que había interrumpido cuando llamaron a la puerta, y mi pene disparó un chorro de dinamita, pura y dura explosión anárquica que dejó su huella sobre la boca de la impaciente vecina.
Luego, un golpe seco sobre la puerta, nos volvió a la realidad, otro, y otro golpe, hasta que decidí ir a abrir, miré por la mirilla y allí, tras la puerta estaba el individuo con el que me había cruzado y que sin duda era el sospechoso de haber cometido el acto de cagarse en la escalera.

sábado, 8 de agosto de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 10

-Mire señor Arturo lo que vengo a proponerle- dijo el señor Mena tras haber tomado la copa de un trago, hizo un gesto con la mano y rauda y veloz Anita apareció con la botella y sirvió sendas copas de coñac.
-Le decía, perdón, le quiero decir que mi idea será la que nos saque a ambos de esta penuria- volvió a tomar la copa, pero esta vez lo hizo en dos sorbos.
-Perdone señor Mena, pero yo no quiero salir de penuria alguna, ya me vale estar como estoy que no me quejo- atiné a decir casi de carrerilla, sin duda el efecto del coñac me había restablecido, tanto, que incluso me creí lúcido, con una lucidez extraordinaria como el escritor que creó la saga de El Señor de los anillos, tras beberse botellas y botellas de buen escocés.
-No diga usted, hombre, todos queremos mejorar, ser libres, ¿sabe?- tosió y volvió a beber y a levantar la mano y como una máquina Anita llenó las copas, la mía casi rebosante.
-No, no va a convencerme de nada, si no recuerdo mal, la última ocasión acabamos los dos en la cuneta, ¿o ya lo ha olvidado?- le digo y bebo, esta vez de un trago; el señor Mena me sigue y mueve la mano como en una acto mecánico y la máquina de Anita vuelve a llenar las copas y se vuelve a llevar la botella de magno.
-Pero aquella vez nos faltó lo más importante, un plan, amigo, un plan estructurado como esos planes de empresa que ahora hacen para engañar la realidad, amigo, y usted y yo sabemos cual es la realidad: sin dinero no hay tutía.
-Eso sí, menos cuadrantes y menos previsiones, y más dinero; pero esos planes de empresa que el gobierno fomenta a base de subvenciones no son más que la excusa, porque lo que ellos quieren es controlar a todos los empresarios, para cogerlos por los huevos, y así tenerlos comiendo en la palma de su mano.
-Tiene razón, amigo Arturo, por eso nosotros no vamos a fracasar esta vez, tengo el negocio redondo.
-Señor Mena, perdone que le diga pero ya está todo inventado, usted no va a descubrir nada que otro, u otros no hayan pensado ya.
-Es usted muy negativo, y esa enfermedad es mala para la salud- dijo mi interlocutor acabándose la cuarta copa, creo.
-La negatividad, no me hable usted de negativos o positivos, eso es una patraña, otro dogma inventado para aborregar al personal- dije y acabé la que creía era la cuarta y la Anita máquina de expender coñac volcó el cuello de la magno y me apuntó a la cabeza vertiendo sobre ella un chorro cálido y de color de miel que me hizo recordad la fatídica madrugada en la que salí vivo por las casualidades de la vida, vamos que si no es porque el vecino de al lado, un chico joven que trabajaba en un bar de copas, regresaba a los minutos de que los desalmados esbirros del Pensamiento Hispánico, me habían dejado tirado en la escalera hecho una piltrafa sangrando por todos los poros de la piel, vamos, hecho una verdadera mierda, no como la que descubrí la mañana en que la vecina prozáica vino a darme la nueva de aquel esperpento en la escalera, me habían dejado el cuerpo, los huesos molidos, los labios hinchados y morados o llegando a ese color azulado amoratado, los ojos como los de un boxeador tras un combate de catorce asaltos, y la cabeza… si no es por el joven ahora estaría aportando mi granito al gran núcleo de la materia.
-Digamos pues, que usted es un cobarde- dijo como el sacerdote sentencia en el sermón en contra de sus feligreses-, de lo contrario usted se apuntaría a la aventura que tengo preparara para los dos, porque es un negocio para tipos como usted y yo, sin duda, no caben damiselas ni cobardicas, aquí como en el patio del colegio, o eres de los salvajes o te muelen a palos- y diciendo esto bebió la que ya no sabía yo qué número hacía de todas las copas de magno y vi resuelta a Anita con la botella, que parecían no agotarse, ni ella ni la botella, nunca, en la mano como si empuñara una pistola.

sábado, 1 de agosto de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 9

Desperté con un intenso dolor de cabeza. No recordaba nada de lo que había sucedido el día anterior, ni cómo había llegado a mi pisito nuevo. Pero esto era algo que conocía, algo que en el pasado se había convertido en habitual en mi vida. Desde aquella madrugada cuando llamaron a la puerta. Corría el año mil novecientos ochenta y seis como corren todos lo años, o como creemos que corren los años con esa certidumbre de que al acabar uno vendrá otro que soñamos mejor que el pasado para descalabrarnos de nuevo con la misma piedra.

Llamaron y yo ingenuamente me acerqué a la puerta y antes de que pudiera evitarlo la habían echado abajo, literalmente la puerta cayó sobre mí como un alud y tras ella aquellos emisarios del pensamiento hispánico, que eran sucesores de los padres e hijos de la dictadura, o lo que es lo mismo, los nietos de los secuaces que habían heredado el ideal de una grande y libre…

La cabeza me iba a saltar por los aires, si es que esta acción es posible que se realice sin que los sesos queden esparcidos por el bonito decorado de mi nuevo pisito, donde un desalmado o desalmada, probablemente nieta o nieto de aquellos bárbaros (y que habían asido el relevo con el pensamiento hispánico, secta o contubernio de fascistas enfermos de nostalgia), se cagaba en la escalera para dar escarmiento a los pobres vecinos.

Yo era un ejemplar a estudiar por aquel movimiento tan patriótico, porque había tenido la osadía de escribir varios artículos en los que los ponía a parir, así que allí estaban los descerebrados que usaba el club para dar escarmiento, como ellos lo definían: `le daremos un escarmiento a ese periodistilla`. Y así lo hicieron.

Estando yo en esos recuerdos (más malos que buenos, pero tan enriquecedores tanto unos como los otros, porque el mal y el bien, al fin y al cabo lo que hacen es darnos lecciones que difícilmente entendemos), llamaron a la puerta de mi nuevo pisito en aquel barrio donde la burguesía de codeaba con los paletos que habían hecho dinero especulando y estafando a más de uno.

Me acerco lentamente hacia la entrada sujetándome la cabeza con las dos manos. No recordaba una resaca tan brutal como esta. Pero las anteriores, que fueron miles, no serían tan graves por encontrarme habituado a ellas, y como he dicho me acabada de rehabilitar y salí a celebrarlo. Llegué a la puerta y puse un ojo en la mirilla, que como un ojo de buey me abría la visión a la perspectiva del pasillo donde deformada por la lente del artefacto pude ver la figura de la que me pareció Erika, o la abstracción de su cuerpo. Abrí y efectivamente, Erika estaba ante la puerta.

-¡Buenos días Arturo!- saludó con su aire de gentileza.
-¿Buenos?- salió de mí la palabra como clavada con los signos de interrogación.
-Tienes mala cara esta mañana. ¿Estás enfermo?
-Precisamente enfermo no, pero algún malestar me anda rondando la cabeza por tenerla precisamente, mala.
-¡Ay Arturo mala cabeza!- dijo Erika acercándose peligrosamente a mí.
-Sí, a veces uno debería utilizar el sentido común y…
-¿El sentido común en los tiempos que corren?- preguntó ella empujándome hacia dentro de casa-. Hoy tengo mi día libre y pensé que mejor te hacía una visita y te contaba cosas que sé sobre el tema que te preocupa.
-¡Ah! Eso. Lo había olvidado, la verdad es que desde que me he despertado no recuerdo nada, espero ir recuperando las imágenes de lo ocurrido ayer- dije ya dentro de casa. Erika cerró la puerta tras ella.
-Yo te cuidaré Arturo, yo te cuidaré mi Sir Arthur.