Capítulo 11
Como una enfermera me cuidó Erika y durante la mañana que estuvo atendiéndome me terminó de contar su odisea, desde que la engañaron con el contrato de trabajo hasta que la secuestraron y la obligaron a prostituirse.
El timbre de la puerta sonó, una, dos, tres y a la quinta Erika abrió.
-Buenos, buenos, días, días- dijo la voz de él.
-¿Qué se le ofrece?- dijo ella, la princesa de las copas sin lustrar.
-¿Vive aquí Arturo Montes?
-Sí- oí que Erika respondía.
-Me gustaría hablar con él.
Yo desde el sofá intenté decirle a Erika que le dijera a quien fuese que no estaba, yo, claro, quién si no iba ser?
Un energúmeno con boca de pez.
-Lo siento, pero Arturo no está- oí la sensual voz de mi vecina.
-Vale, pero dígale que es muy importante, soy el vecino de arriba.
Y la voz se extinguió como se extinguen las especies. Dice alguien con quien cené una noche,la mujer de un tipo estirado y con aires de grandeza, sí, ella, con una insatisfacción sexual que le sale por las orejas, que a ella, sí a la mal follada, no le parece bien que los niños beban con quince años. No te jode, ¿con qué edad creen que ella echó su primer polvo? a los doce.
Mejor es preservar a la especie de la extinción, absoluta e indiscriminada.
Y yo me quedé pillado en la puerta de un lavabo con la polla en la mano y en la otra un buen monte venusiano, con las dos manos, ano.
Sí, decía que…
Nada, que esa noche no podía realizar mis actos, no, que quería hablar con Arturo con respecto a lo de la mierda en la escalera.
Oí la frase y casi estuve a punto de levantarme del sofá en el que hacía buena cuenta de un verdadero Blody Mary a lo polaco, y ella interrumpida a punto de hincar su felación sobre mi apenado corazón.
El tipo ahuecó el ala, Erika volvió al relato que había interrumpido cuando llamaron a la puerta, y mi pene disparó un chorro de dinamita, pura y dura explosión anárquica que dejó su huella sobre la boca de la impaciente vecina.
Luego, un golpe seco sobre la puerta, nos volvió a la realidad, otro, y otro golpe, hasta que decidí ir a abrir, miré por la mirilla y allí, tras la puerta estaba el individuo con el que me había cruzado y que sin duda era el sospechoso de haber cometido el acto de cagarse en la escalera.
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