Frente a él
acababa de hacer acto de presencia una particular pareja, tan particular, por
su extravagancia, cosa esta que al sheriff no le sorprendía en absoluto, él
estaba más que acostumbrado a enfrentarse con las extravagancias de cientos de
personajes incluyendo la suya, no iba a sentirse intimidado por la presencia de
aquellos dos. Uno tan grande como él, y tan lacio, y además había un rasgo muy
parecido en ambos, aquella resuelta nariz que olisqueaba a distancia. El otro
en su mediana estatura, y con el mismo rasgo en común, así que en aquel
despacho, donde el sheriff estaba aquella mañana limándose las uñas, donde
ondeaba al viento aquella melena rubia, se reunieron tres narices que podían
dejar sin aromas un vergel donde las rosas prevalecieran sobre los jazmines, o
las damas de noche.
Allí estaban
las tres insignias olfateándose mientras que en el pecho del agente de la ley
brillaba otra como una reluciente estrella sobre su corazón, que latía
orgulloso de soportar el peso de aquel astro que anunciaba el grado, además del
nombre, por el que se debían dirigir a aquella melena de oro: Sheriff Cesáreo
Márquez Douglas.
Tras el
enfrentamiento de las narices que se batieron en duelo aspirando todos los
rincones del lugar y de los presentes en él, hubo un silencio escrutador. Se
cruzaron miradas, los ojos con rasgos orientales se envilecieron mirando en los
ojos de los dos personajes. Los ojos de estos también se enfrascaron retadores
ante la estrella; la melena amarilla había dejado de ondear en las sombras de
la pared porque el astro rey había abandonado la estancia a la que minutos
antes había otorgado el privilegio de su presencia.
Las sombras se
disparaban, ahora, sobre un suelo de madera donde se mezclaron con el aroma de
pino del que habían sido sacadas las tablas que conformaban, a modo de
rompecabezas (un simple puzle para niños de tres años), el suelo del despacho
de Cesáreo.
-¿Qué es lo que se les ofrece?- carraspeó el
poseedor de la estrella con un tono, evidentemente, de prepotencia sobre los
intrusos.
-Nos ha traído ante usted, magnifica
cabellera, porte y admiración de la población donde aplica la ley con total
magnanimidad para satisfacción de los contribuyentes, la necesidad de solicitar
de su excelencia una autorización muy, o eso es lo que creemos, singular por no
decir algo extravagante o extravagaria,
que no tiene nada que ver con aquel libro que escribiera Pablo Neruda-
respondió uno de los dos personajes, en este caso el femenino de aquella
pareja, una mujer ya anciana.
-Me sorprende su erudición- exclamó el
sheriff sin tener ni idea de lo que le estaba hablando aquella mujer que por
sus rasgos a él se le hacía familiar.
-No es grande la sabiduría que me otorgan sus
labios lineales, yo no he tenido la ocasión que otros, que probablemente por
sus condiciones sociales, quiero decir por su escalafón en la sociedad, un
tanto elevado económicamente, han podido tener, por eso de estar más a su
alcance, una educación y cultura sobradamente más rica que la que yo poseo, y
con ello tener más cerca la sabiduría. Pero no es ese el motivo que nos ha
traído ante usted a mi nieto y a mí. Es un tema no muy alejado de la
sofisticación de algunos elementos sociales o culturales, nada desconocido en
la historia. De hecho es un método que usaron los antiguos para perpetuar la
existencia, una forma de inmortalización del cuerpo físico.
-¡Vaya qué sorprendente mañana me espera,
cuando ya la creía tan rutinaria como de costumbre!- dijo atusándose la melena
dorada el sheriff.
-Cree que ésta mañana no va a ser como
cualquiera- dijo el personaje masculino de aquélla pareja.
-¡Claro que no,
muchacho!, y ustedes son la razón que sin duda hará que me divierta hoy.
Continuará próximo capítulo EL MIÉRCOLES día 11 de
abril de 2012
Así en el cielo novela de Salvador Moreno
Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm