Letras tu revista literaria

domingo, 28 de diciembre de 2008

Tais y la leyenda del farol nórdico

Tarde de lluvia

Llovía a mares desde las ocho de la mañana. Tais se había despertado varias veces en la noche, había tenido un sueño inquieto: soñó con leones que querían comérsela. Sobre todo un enorme león de melena negra y greñuda del que escapó como siempre se escapa de los peligros en los sueños, despertando. Y allí estaba la luz del farol nórdico iluminando su cuarto. El farol lo había comprado una mañana que se encontraba de camino a la escuela, en una tienda que hay en la carretera antes de llegar al pueblo.

La tienda estaba vacía. No había ningún cliente. Tais quería comprar algunas chucherías para los niños, todos los viernes lo hacía, y este había olvidado comprarlas, así que paró en aquella tienda al borde de la carreta, lugar al que no hubiera ido nunca si no hubiera sido por la necesidad. De repente un señor la sorprendió saliendo de detrás de una cortina. El hombre tenía un rostro apacible, de rechonchas y sonrosadas mejillas y una sonrisa plácida y amable.
-¡Buenos días!- dijo amablemente-. Nunca la he visto por aquí, ¿es usted de fuera?
-Eso debe ser porque nunca he venido- respondió Tais que tenía esa manía de cortar a la gente en cuanto la saludaban.
-Eso es más que evidente, y ¿qué se le ofrece señorita?- preguntó el tendero demostrando una vez más su amabilidad.
-Perdone, si he sido algo brusca- se disculpó Tais.
-No se apure señorita, estoy acostumbrado, en un lugar como este entra mucha gente rara, no quiero decir que usted sea rara, quizá algo arisca- intentó arreglar lo que parecía insalvable el buen hombre.
-No se preocupe, lo entiendo. Soy nueva por aquí, trabajo en la escuela y olvidé comprar las chucherías de los viernes, y me dije entraré en la tienda de la carretera. Vivo cerca de aquí- aclaró Tais.
-Bienvenida entonces señorita- sonrió el tendero de sonrosadas mejillas-, mire, como le decía antes sobre que entra gente rara por aquí, sin ir más lejos el otro día- hizo una pausa y se dirigió a un estante de detrás del mostrador y de él cogió lo que a Tais le pareció un farol-, ¿ve este bonito y viejo farol?, lo dejó hace unos meses un tipo, que si le digo la verdad me causó terror al verlo- se detuvo y le acercó el farol a Tais.
-Muy interesante- dijo ella sin apenas mirarlo. No había venido a comprar nada que no fuesen las golosinas para sus niños.
-Pero quizá le interese llevárselo por un buen precio. El hombre que me lo dejó dice que tiene una leyenda muy antigua sobre él. Cuando estuve a punto de pedirle que me la contase, el tipo: ¿sabe lo que hizo?- carraspeó el hombre, se rascó la brillante calva y miró por la ventana a un punto indeterminado y siguió-, se dio media vuelta y sin decir nada más se fue por donde había venido, y hasta hoy, ni siquiera me dio tiempo a darle algo por la reliquia- terminó el tendero, sacó un pañuelo y se secó el sudor.
-Muy bien- dijo Tais sin aparentar curiosidad por la historia ni por el farol-, quiero veinticinco de estos, y otros tantos de aquellos, es suficiente, dos por niño.
-Aquí tiene, ¿señorita…?- dejó en el aire la pregunta para ver si ella entendía que debía presentarse por educación.
-Señorita Tais- dijo ella sabiendo que así debía hacerlo.
-Gracias señorita Tais, bonito nombre el mío es Teodor- dijo el tendero-, ¿no quiere llevarse esta reliquia, seguro que le irá bien en su casa?- terminó preguntando mientras le daba el cambio a Tais.
-Está bien- dijo ella tras pensarlo unos segundos-, me lo llevaré, seguro que quedará bien en mi habitación.
Así es como Tais se hizo con el farol nórdico, y así es como comenzó su terrorífica aventura…

jueves, 18 de diciembre de 2008

De lo cotidiano I


Magdalena termina su trabajo de bollería. El centinela entra en su caseta, pone la televisión y se duerme con el murmullo de una discusión absurda. En el bosque el rostro desencajado de un animal se guía por el leve e intermitente resplandor que el farol nórdico produce en la oscuridad.

Magdalena apaga las luces y se introduce en la cama. El centinela se despierta excitado como si hubiera tenido un sueño erótico, sus manos están salpicadas de algo pegajoso, pero no es blanco, es rojo. Magdalena sueña con llanuras vírgenes e inmaculados prados donde retozan, alegres, unas bucólicas vaquitas.

El faro, nórdico sigue bamboleándose en la espesura de la noche. Un búho ulula en el eco lejano de la oscuridad. El palo bien asido con su mano; el rostro iluminado con la intermitencia parece más terrible que en la misma oscuridad. La garra ase con fuerza el farol. Los dientes rechinan y se oyen como tacones de claque recorriendo un escenario en busca de la victima.

Magdalena sigue inmersa en su celestial campiña. Un toro enorme aparece ante ella. Falo inhiesto. Mugido placentero y sus dedos corriendo como hormigas hacia el hormiguero. El centinela vuelve a buscar los rincones de la pesadilla y con un farol nórdico asido en la mano derecha, y un palo en la otra, mira, con ojos reveladores de sadismo, la dulce faz de Magdalena que unge las pezuñas del Tauro con satisfacción aprehendida por los siglos.

El viento se detiene en cada árbol para medir el tiempo. La corteza lo recibe como una concubina recibe a su amante en una noche de azorada desidia. Golpea el centinela en su sueño sobre la faz de la luna. Las estrellas manchas de sangre en la arena galáctica. Medea vierte el mágico veneno sobre la sien del argonauta, el centinela regresa eufórico a su reparador sueño. En el bosque la garra sigue aferrada al farol nórdico, y vate con furia sobre las entrañas de la oscuridad con el palo que asido a su otra garra saca astillas sobre el tiempo.

Magdalena no regresa, ha sucumbido al idílico paraje en el que yace tumbada bajo la sombra de una higuera centenaria, donde un antiguo sabio la toma en sus brazos para amarla.

sábado, 6 de diciembre de 2008

De lo cotidiano

El centinela marchaba con paso marcial. Se detuvo al oír un sonido que se salía de lo acostumbrado para él. Olisqueó el aire y un tufo como de animal se apoderó de su nariz. Cargó el arma y sigiloso se acercó a la alambrada que lo separaba del bosque.

En la cocina moldea la harina Magdalena, con el tesón que le es peculiar de su carácter y mientras amasa canturrea una canción que aprendió en la escuela: “tiene mi niña los ojos verdes, ay tan verdes como esmeraldas, verdes, verdes…”

De la oscuridad del bosque saltan hacia la alambrada dos luminosos ojos; son los de un venado que acostumbra a acercarse todas las noches para que el centinela le de su ración de azúcar en forma de caramelo. Feliz el animal se deja acariciar por el centinela que se encuentra seguro tras la valla, nunca se atrevería a pasar al otro lado, aunque vaya con el arma y todo; no, tiene un miedo atroz a la espesura y negrura del bosque que parece que lo va a devorar si cruza la empalizada.

Magdalena ya tiene preparada la masa y metida en el horno para hornear el sabroso pan de nueces que tan sólo ella sabe hacer dándole este punto que nadie más sabe darle. Cuando ya ha dispuesto el horno: temperatura y tiempo. Se queda mirando por la ventana, la oscuridad es tan intensa como la fogosidad de esos jóvenes a los que la testosterona los trae por la calle de la amargura; y en el fondo de toda esa negrura el bosque parece alzarse insolente con una prepotencia que desquicia a los que viven en sus orillas.

El venado, una vez satisfecho, vuelve al lugar que le corresponde para seguir en su paseo nocturno hasta llegar al amanecer al lago, lugar donde templará su cornamenta y afilará sus puntas para las peleas en la berrea. El centinela piensa en Magdalena y en la última vez que se vieron, ya hace unos meses, tantos como los que él lleva en el dichoso trabajo de guarda nocturno de una central térmica o algo parecido, pero que de momento no se encuentra en activo. Pasillos y pasillos solitarios y húmedos, patios enromes donde se asoman enormes tanques de no sabe qué. Él no hace preguntas, se limita a cumplir con su obligación, no están los tiempos para andar por ahí preguntando a quien le paga qué o para qué o cómo o quiénes… no es asunto suyo; él llega a las doce de la noche y se marcha a las doce de la mañana, así un día tras otro, sin descanso, pero no están los tiempos…

La alarma del horno ha comenzado a sonar y Magdalena deja su otra tarea, la costura, y entra en la cocina para retirar del horno el pan que ya está en su punto. Al abrir la puerta del horno el olor a pan recién hecho invade toda la estancia y su nariz festeja ese dulce aroma de nueces. Tras la ventana, en la oscuridad del bosque una luz aparece y desaparece como haciendo señales. Una garra ase la lámpara nórdica de la que procede la luz intermitente, la mano libre ase un palo de madera, y entre destello y destello un rostro descarnado es iluminado con la misma intermitencia con la que iluminan los faros en las costas…
Continuará

viernes, 5 de diciembre de 2008

Revista Digital Letras Diciembre


Ya puedes bajarte la Revista Digital Letras de diciembre. Decirte que a partir de aquí la Revista tendrá carácter mensual, y la podrás bajar el día 5 de cada mes; así que la próxima será en la víspera de reyes: ¿quizá un buen regalo?
El número de diciembre está dedicado a Mujeres Creadoras.
Si quieres recibir la Revista a través de tu email escríbenos a: alvaeno@alvaeno.com
Espero que te guste.
Un fraternal abrazo.
Salvador Moreno Valencia

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