Tarde de lluvia
Llovía a mares desde las ocho de la mañana. Tais se había despertado varias veces en la noche, había tenido un sueño inquieto: soñó con leones que querían comérsela. Sobre todo un enorme león de melena negra y greñuda del que escapó como siempre se escapa de los peligros en los sueños, despertando. Y allí estaba la luz del farol nórdico iluminando su cuarto. El farol lo había comprado una mañana que se encontraba de camino a la escuela, en una tienda que hay en la carretera antes de llegar al pueblo.
La tienda estaba vacía. No había ningún cliente. Tais quería comprar algunas chucherías para los niños, todos los viernes lo hacía, y este había olvidado comprarlas, así que paró en aquella tienda al borde de la carreta, lugar al que no hubiera ido nunca si no hubiera sido por la necesidad. De repente un señor la sorprendió saliendo de detrás de una cortina. El hombre tenía un rostro apacible, de rechonchas y sonrosadas mejillas y una sonrisa plácida y amable.
-¡Buenos días!- dijo amablemente-. Nunca la he visto por aquí, ¿es usted de fuera?
-Eso debe ser porque nunca he venido- respondió Tais que tenía esa manía de cortar a la gente en cuanto la saludaban.
-Eso es más que evidente, y ¿qué se le ofrece señorita?- preguntó el tendero demostrando una vez más su amabilidad.
-Perdone, si he sido algo brusca- se disculpó Tais.
-No se apure señorita, estoy acostumbrado, en un lugar como este entra mucha gente rara, no quiero decir que usted sea rara, quizá algo arisca- intentó arreglar lo que parecía insalvable el buen hombre.
-No se preocupe, lo entiendo. Soy nueva por aquí, trabajo en la escuela y olvidé comprar las chucherías de los viernes, y me dije entraré en la tienda de la carretera. Vivo cerca de aquí- aclaró Tais.
-Bienvenida entonces señorita- sonrió el tendero de sonrosadas mejillas-, mire, como le decía antes sobre que entra gente rara por aquí, sin ir más lejos el otro día- hizo una pausa y se dirigió a un estante de detrás del mostrador y de él cogió lo que a Tais le pareció un farol-, ¿ve este bonito y viejo farol?, lo dejó hace unos meses un tipo, que si le digo la verdad me causó terror al verlo- se detuvo y le acercó el farol a Tais.
-Muy interesante- dijo ella sin apenas mirarlo. No había venido a comprar nada que no fuesen las golosinas para sus niños.
-Pero quizá le interese llevárselo por un buen precio. El hombre que me lo dejó dice que tiene una leyenda muy antigua sobre él. Cuando estuve a punto de pedirle que me la contase, el tipo: ¿sabe lo que hizo?- carraspeó el hombre, se rascó la brillante calva y miró por la ventana a un punto indeterminado y siguió-, se dio media vuelta y sin decir nada más se fue por donde había venido, y hasta hoy, ni siquiera me dio tiempo a darle algo por la reliquia- terminó el tendero, sacó un pañuelo y se secó el sudor.
-Muy bien- dijo Tais sin aparentar curiosidad por la historia ni por el farol-, quiero veinticinco de estos, y otros tantos de aquellos, es suficiente, dos por niño.
-Aquí tiene, ¿señorita…?- dejó en el aire la pregunta para ver si ella entendía que debía presentarse por educación.
-Señorita Tais- dijo ella sabiendo que así debía hacerlo.
-Gracias señorita Tais, bonito nombre el mío es Teodor- dijo el tendero-, ¿no quiere llevarse esta reliquia, seguro que le irá bien en su casa?- terminó preguntando mientras le daba el cambio a Tais.
-Está bien- dijo ella tras pensarlo unos segundos-, me lo llevaré, seguro que quedará bien en mi habitación.
Así es como Tais se hizo con el farol nórdico, y así es como comenzó su terrorífica aventura…
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