Letras tu revista literaria
jueves, 18 de diciembre de 2008
De lo cotidiano I
Magdalena termina su trabajo de bollería. El centinela entra en su caseta, pone la televisión y se duerme con el murmullo de una discusión absurda. En el bosque el rostro desencajado de un animal se guía por el leve e intermitente resplandor que el farol nórdico produce en la oscuridad.
Magdalena apaga las luces y se introduce en la cama. El centinela se despierta excitado como si hubiera tenido un sueño erótico, sus manos están salpicadas de algo pegajoso, pero no es blanco, es rojo. Magdalena sueña con llanuras vírgenes e inmaculados prados donde retozan, alegres, unas bucólicas vaquitas.
El faro, nórdico sigue bamboleándose en la espesura de la noche. Un búho ulula en el eco lejano de la oscuridad. El palo bien asido con su mano; el rostro iluminado con la intermitencia parece más terrible que en la misma oscuridad. La garra ase con fuerza el farol. Los dientes rechinan y se oyen como tacones de claque recorriendo un escenario en busca de la victima.
Magdalena sigue inmersa en su celestial campiña. Un toro enorme aparece ante ella. Falo inhiesto. Mugido placentero y sus dedos corriendo como hormigas hacia el hormiguero. El centinela vuelve a buscar los rincones de la pesadilla y con un farol nórdico asido en la mano derecha, y un palo en la otra, mira, con ojos reveladores de sadismo, la dulce faz de Magdalena que unge las pezuñas del Tauro con satisfacción aprehendida por los siglos.
El viento se detiene en cada árbol para medir el tiempo. La corteza lo recibe como una concubina recibe a su amante en una noche de azorada desidia. Golpea el centinela en su sueño sobre la faz de la luna. Las estrellas manchas de sangre en la arena galáctica. Medea vierte el mágico veneno sobre la sien del argonauta, el centinela regresa eufórico a su reparador sueño. En el bosque la garra sigue aferrada al farol nórdico, y vate con furia sobre las entrañas de la oscuridad con el palo que asido a su otra garra saca astillas sobre el tiempo.
Magdalena no regresa, ha sucumbido al idílico paraje en el que yace tumbada bajo la sombra de una higuera centenaria, donde un antiguo sabio la toma en sus brazos para amarla.
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