Capítulo 9
Desperté con un intenso dolor de cabeza. No recordaba nada de lo que había sucedido el día anterior, ni cómo había llegado a mi pisito nuevo. Pero esto era algo que conocía, algo que en el pasado se había convertido en habitual en mi vida. Desde aquella madrugada cuando llamaron a la puerta. Corría el año mil novecientos ochenta y seis como corren todos lo años, o como creemos que corren los años con esa certidumbre de que al acabar uno vendrá otro que soñamos mejor que el pasado para descalabrarnos de nuevo con la misma piedra.
Llamaron y yo ingenuamente me acerqué a la puerta y antes de que pudiera evitarlo la habían echado abajo, literalmente la puerta cayó sobre mí como un alud y tras ella aquellos emisarios del pensamiento hispánico, que eran sucesores de los padres e hijos de la dictadura, o lo que es lo mismo, los nietos de los secuaces que habían heredado el ideal de una grande y libre…
La cabeza me iba a saltar por los aires, si es que esta acción es posible que se realice sin que los sesos queden esparcidos por el bonito decorado de mi nuevo pisito, donde un desalmado o desalmada, probablemente nieta o nieto de aquellos bárbaros (y que habían asido el relevo con el pensamiento hispánico, secta o contubernio de fascistas enfermos de nostalgia), se cagaba en la escalera para dar escarmiento a los pobres vecinos.
Yo era un ejemplar a estudiar por aquel movimiento tan patriótico, porque había tenido la osadía de escribir varios artículos en los que los ponía a parir, así que allí estaban los descerebrados que usaba el club para dar escarmiento, como ellos lo definían: `le daremos un escarmiento a ese periodistilla`. Y así lo hicieron.
Estando yo en esos recuerdos (más malos que buenos, pero tan enriquecedores tanto unos como los otros, porque el mal y el bien, al fin y al cabo lo que hacen es darnos lecciones que difícilmente entendemos), llamaron a la puerta de mi nuevo pisito en aquel barrio donde la burguesía de codeaba con los paletos que habían hecho dinero especulando y estafando a más de uno.
Me acerco lentamente hacia la entrada sujetándome la cabeza con las dos manos. No recordaba una resaca tan brutal como esta. Pero las anteriores, que fueron miles, no serían tan graves por encontrarme habituado a ellas, y como he dicho me acabada de rehabilitar y salí a celebrarlo. Llegué a la puerta y puse un ojo en la mirilla, que como un ojo de buey me abría la visión a la perspectiva del pasillo donde deformada por la lente del artefacto pude ver la figura de la que me pareció Erika, o la abstracción de su cuerpo. Abrí y efectivamente, Erika estaba ante la puerta.
-¡Buenos días Arturo!- saludó con su aire de gentileza.
-¿Buenos?- salió de mí la palabra como clavada con los signos de interrogación.
-Tienes mala cara esta mañana. ¿Estás enfermo?
-Precisamente enfermo no, pero algún malestar me anda rondando la cabeza por tenerla precisamente, mala.
-¡Ay Arturo mala cabeza!- dijo Erika acercándose peligrosamente a mí.
-Sí, a veces uno debería utilizar el sentido común y…
-¿El sentido común en los tiempos que corren?- preguntó ella empujándome hacia dentro de casa-. Hoy tengo mi día libre y pensé que mejor te hacía una visita y te contaba cosas que sé sobre el tema que te preocupa.
-¡Ah! Eso. Lo había olvidado, la verdad es que desde que me he despertado no recuerdo nada, espero ir recuperando las imágenes de lo ocurrido ayer- dije ya dentro de casa. Erika cerró la puerta tras ella.
-Yo te cuidaré Arturo, yo te cuidaré mi Sir Arthur.
1 comentario:
Los capítulos se leen bien individualmente y se intuye el resto del cuadro bien (lo que es una ventaja para el formato blog). En caunto a la historia tiene un punto de satírico con algo de surrealismo, una mezcla agradable.
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