Letras tu revista literaria

miércoles, 7 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico

La mariposa extendió sus alas y entre la transparencia de sus formas se dibujó un minotauro. El sol inclinó la balanza hacia la noche y él le dijo: Deberíamos dejar la pistola en algún lugar- ella pestañeando como lo hacía cuando se encontraba nerviosa respondió:- Mejor la dejamos en una incineradora de basuras- al decir la última palabra cerró los carnosos labios y moviéndolos levemente hacia el exterior escupió un beso lleno de pasión.

Se estaba retrasando demasiado, pensó Adela mientras destripaba una dorada; sí, se está retrasando más de lo acostumbrado, volvió repetirse en un monólogo interno. Ya sé que normalmente se pasa por el bar y allí se toma un par de vinos con sus amigotes, sí, los de la oficina, pero eso a lo máximo son dos horas, pero seis o siete como es la ocasión nunca, algo ha debido de pasarle. La dorada quedó despedazada abierta en canal y preparada para ser adobada; Adela se lavó las manos y nerviosa las secó y con temblor de dedos sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca, lo encendió y aspiró hondamente. ‘Son muchos años, siempre la misma rutina, los mismos retrasos, dos horas a los máximo’, se dijo y volvió a mirar el reloj y luego por la ventana. Tenía que hacer algo, iría al bar, sabía que esto le costaría una buena bronca porque a Emilio no le gustaba que su mujer anduviera por ahí buscándolo.

‘Espero una hora más si no viene iré a buscarlo a pesar de que le siente mal’ volvió a pensar y abrió la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en un vaso de los que a Emilio le gustaban.

La incineradora estaba a las afueras de Pollkiti, a unos siete kilómetros, en una valle que olía a podredumbre y en el que una gasa de humo parecía invadirlo todo, dando al paisaje un aspecto tétrico, más bien terrorífico. Por el camino se vieron las luces de un auto que se acercaba lentamente, el guardia de seguridad se arrellanó en la silla de la garita desde la que se veía la carretera y el camino que llevaba hasta la puerta del basurero, y pensó: ‘otra pareja que se lo va a pasar en grande’. Muchas veces jugaba a adivinar lo que harían aquellas parejas que por el camino se dirigían al descampado que hay unos metros más abajo de donde acaban las tierras de la incineradora. Claro que, acostumbrado él a los fétidos olores, no se le ocurría pensar en cómo aquellas parejas podían soportar aquel hedor. Y se dejaba llevar por la imaginación llegando, a veces, al éxtasis, tanto, que incluso, en varias ocasiones, sitió la calidez de la eyaculación bajándole hacia la pierna. Cuando esto ocurría se levantaba metiendo la mano en el bolsillo para evitar que el pantalón se le mojara y se introducía en el baño.

Pero esta noche no tiene la cabeza en fantasías sexuales sino en el fútbol que están dando por televisión y se abstrae de su entorno metiendo la cabeza en el partido, gana el Euseb de Dontic por dos goles al Asbe de Lantac, y todavía queda más de media hora del segundo tiempo.

-Te lo dije imbécil, no ves que la incineradora está vigilada- dijo Agnes sentada en el asiento trasero mientras desalojaba de pertenencias una bolsa de viaje.
-Qué listas sois las mujeres- respondió malhumorado su compañero que conducía con parsimonia como si el tiempo fuese su cómplice-; a la primera de cambio ya estáis poniendo pegas, pero cuando las cosas van bien, bien que os echáis los meritos.
-Tú qué sabrás de mujeres estúpido- respondió desagradablemente Agnes-, lo que tienes que hacer es deshacerte de la pistola y del fiambre, a los dos los echamos a la incineradora y santas pascuas.
El Asbe de Lantac había empatado el partido, el guardia se puso furioso por el resultado, no en vano era fanático seguidor del Euseb de Dontic, tanto que, incluso, cuando podía, iba al campo con los pellejos sangrientos que era el grupo más violento que dejaban entrar en los partidos, cosa que nadie entendía porque estos, en cada partido, arrasaban a su paso golpeando a todo aquel que se pusiese en su camino.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.

En el camino el auto había detenido su marcha y apagado las luces, Piero bajó con la pistola en la mano, le dijo a Agnes que esperase allí tranquila y por nada del mundo se moviese.

-Aquí no me quedo con este fiambre- dijo resuelta a salir. Piero la detuvo y le puso la punta del cañón del arma sobre sus carnosos labios. Agnes entendió que mejor sería quedarse, aunque tuviese que acompañar al cadáver que parecía haber comenzado a descomponerse.
-¿A cuánto tiempo se descompone un pringado?- preguntó intentando poner algo de humor al momento.

-¿Quieres comprobarlo por ti misma?- respondió Piero con su sonrisa cínica.
La mariposa volvió a extender sus alas y un minotauro se dibujó sobre el polen que flotaba en la noche. Adela tras haber esperado más de doce horas y haber fumado casi dos paquetes de tabaco, decidió salir en busca de Emilio.

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lunes, 5 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico
 
Hacía frío, la calefacción del auto no funcionaba y llevaba un par de horas conduciendo hacia ningún lugar determinado. Sí, hacía frío por fuera y por dentro, pero es peor el frío interior porque no hay remedio alguno para someterlo: un buen trago de ginebra lo aliviaría momentáneamente, pensó mientras se frotaba la mano derecha sobre el pantalón.

A unos quinientos metros surgía como una aparición una venta donde luces rojas, azules y amarillas daban un tono festivo al sombrío páramo. Allí podría entrar en calor, al menos del físico, el otro intentaría calmarlo o bien con un par de tragos o con la compañía de una de las chicas que esperaban impacientes la entrada de clientes.

Frío en el interior, llevaba ese hielo interno desde que Matilde se fugó con su mejor amiga. Un hombre, se dijo entonces, puede luchar por una mujer si es otro hombre el rival, pero no se puede vencer a las armas de las mujeres. Y Matilde se fue con su amiga a vivir una vida de felicidad, y él se quedó con el frío dentro que sólo podía aliviar con algún trago de ginebra azul, y con la compañía de alguna chica de vida, según él las definía, alegre o irreverente con la moral establecida.

Entró en el local y el único cliente que había era un tipo con el rostro arrugado, no por ser símbolo de la vejez, porque era un hombre joven, sino como vestigio de haber escapado de un fuego; la cara era monstruosa, los párpados habían desaparecido, la nariz sólo era un hueso, los labios parecían haberse encogido como estirados por un mecanismo invisible; la totalidad de aquel rostro lo estremeció, era un tipo verdaderamente monstruoso. Sobre la barra, a su lado brillaba una jarra de cerveza y del otro lado de esta un farol nórdico iluminaba en rededor con una vela en su interior. Tras haber hecho esta observación Raúl, se estremeció no ya por su frío interno o externo sino por la visión de la garra con la aquel hombre asía la jarra de cerveza. El tipo hizo ademán de brindis y miró detenidamente al recién llegado. Dos chicas huesudas y con alargadas ojeras que matizaban su delgadez y la blancura de sus rostros se le acercaron raudas a consolar al nuevo cliente. Raúl sintió todavía, si cabe, más frío; el frío que emanaba de aquellas criaturas lo envolvió totalmente. Lo empujaron literalmente hacia la barra, una de ellas pasó a la parte trasera de la misma y le sirvió un trago de ginebra azul sin haberla pedido. Ella ya sabía de qué frío sufría el recién llegado.

El hombre de la garra y el farol nórdico puso unas monedas sobre la barra y salió del local donde quedó Raúl a la disposición de aquellas Ninfas cadavéricas…

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viernes, 2 de marzo de 2012

Azules…

Fotografía E. de Juan


Ajenos niños azules nadan en azules aguas opacas.


En un lugar lejano se vierten mentiras dogmatizadas
Un lugar  donde la verdad hace tiempo que emigró a otro planeta.


Donde si cae lluvia es lavada y aseada
Como un niño recién salido del vientre de su madre.
Para evitar que mienta cuando llueve.


La mentira es el arma de hombres intolerantes
Que niegan las verdades excusándose en un pro-dios
Existente bajo las palabras traicioneras.
Con un único y pérfido fin:


Robar niños para que naden en azules aguas traicioneras.


lunes, 27 de febrero de 2012

Relatos del libro dosmásuna


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Tais y la leyenda del farol nórdico



Un fallo en el motor



La noche se alzó victoriosa como una plaga de langostas sobre un inmenso océano de trigo. El motor del coche rugió por cuarta vez sin éxito alguno pero dando a entender que cabía la esperanza de éste.

Maribel, algo nerviosa, encendió el sexto cigarrillo mientras Abel sequía ensimismado afanándose por llevar a buen fin el carraspeo de su desvencijada furgoneta.

En la profundidad de la oscuridad, a unos metros de distancia una garra se aferra a un farol nórdico que ilumina el rostro desencajado de su portador que camina asiendo con la mano derecha un bate de béisbol, y con la zarpa izquierda la luminaria a modo de luciérnaga que va creando destellos en las oscuridades del bosque.

-¡Abel, tengo frío, no podemos quedarnos aquí toda la noche, haz algo, inútil!- le reprocha Maribel a su amante, mientras él con las manos manchadas de grasa intenta por enésima vez poner el motor en marcha fracasando en el nuevo intento.

-No te preocupes que todo va ir bien- le responde intentando tranquilizarla.

El silencio de la noche secuestra todos los espacios, el tiempo parece haber desaparecido deteniendo todo cuanto habita en rededor. La zarpa ase el farol y mide sus pasos casi a tientas como un ciego se maneja entre una muchedumbre sin tropezar con nadie. Un soplo de una boca feroz y deseosa de sangre apaga la luminaria que lucía trémula dentro del farol nórdico y el bosque queda en la más absoluta oscuridad.

-Abel, te lo ruego, haz algo, vayámonos de aquí- vuelve a repetir por vigésima vez Maribel que se ha fumado casi todo el paquete de cigarrillos.

-Ya está casi, cariño, esta vez seguro que se pone en marcha- resopla Abel que parece haber sufrido una mutación y de blanco se ha convertido en negro. Entra en la furgoneta y vuelve a intentarlo nuevamente y esta vez con éxito. Maribel sube rápidamente, pero para cuando va a cerrar la puerta una zarpa se interpone impidiendo que la puerta quede cerrada. Un grito quiebra las sombras. Es el grito que Maribel acaba de enviar al mundo cuando contempla el rostro del portador del farol nórdico, a la vez que éste golpea, alzando el bate, sobre el rostro inmaculado de Maribel. Abel, indeciso ante lo inesperado, intenta salir de allí poniendo la primera marcha, y en ese momento el motor envía su estertor a la noche y queda en el más absoluto silencio. Un búho ulula en su atalaya, los lobos aúllan en la colina, una raposa se desliza lenta y sigilosamente en el interior del gallinero donde una docena de polluelos se cobija bajo el ala de una bella durmiente conocida en el corral como Blancanieves.

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viernes, 24 de febrero de 2012

La noche de los cristales rotos.

"En el origen de la intolerancia no existe nada de noble: es la peor lacra que se puede hallar en la vida social de los pueblos, esto es el fanatismo." Voltaire

Fotografía E. de Juan

La noche se incendia y tus ojos miran más allá,

lejos de estos fuegos de artificio
que un día  de santos y vírgenes el gobierno regala.

Como a los esclavos, los romanos daban pan y circo,
por España,
huesos en las cunetas.

Tus ojos se fugan en pos de una quimera 
más allá de artificios de anodinos idiotas
que mastican pólvora, gritos en la oscura noche,
escalofriante discurso del miedo arrancando derechos al joven trigo.
 
Noche de cristales rotos, y cuchillos afilados: más al César lo que NO es del César.


miércoles, 22 de febrero de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico

De lo cotidiano


Magdalena termina su trabajo de bollería. El centinela entra en su caseta, pone la televisión y se duerme con el murmullo de una discusión absurda. En el bosque el rostro desencajado de un animal se guía por el leve e intermitente resplandor que el farol nórdico produce en la oscuridad.

Magdalena apaga las luces y se introduce en la cama. El centinela se despierta excitado como si hubiera tenido un sueño erótico, sus manos están salpicadas de algo pegajoso, pero no es blanco, es rojo. Magdalena sueña con llanuras vírgenes e inmaculados prados donde retozan, alegres, unas bucólicas vaquitas.

El farol nórdico sigue bamboleándose en la espesura de la noche. Un búho ulula en el eco lejano de la oscuridad. El palo bien asido con su mano; el rostro iluminado con la intermitencia parece más terrible que en la misma oscuridad. La garra ase con fuerza el farol. Los dientes rechinan y se oye como tacones de claqué recorriendo el escenario a ritmo de la música.

Magdalena sigue inmersa en su celestial campiña. Un toro enorme aparece ante ella. Falo inhiesto. Mugido placentero y sus dedos corriendo como hormigas hacia el hormiguero. El centinela vuelve a buscar los rincones de la pesadilla y con un farol nórdico asido en la mano derecha, y un palo en la otra, mira, con ojos reveladores de sadismo, la dulce faz de Magdalena que unge las pezuñas del Tauro con satisfacción aprehendida por los siglos.

El viento se detiene en cada árbol para medir el tiempo. La corteza lo recibe como una concubina recibe a su amante en una noche de azorada desidia. Golpea el centinela en su sueño sobre la faz de la luna. Las estrellas manchas de sangre en la arena galáctica. Medea vierte el mágico veneno sobre la sien del argonauta, el centinela regresa eufórico a su reparador sueño. En el bosque la garra sigue aferrada al farol nórdico, y bate con furia sobre las entrañas de la oscuridad con el palo que asido a su otra garra saca astillas sobre el tiempo.

Magdalena no regresa, ha sucumbido al idílico paraje en el que yace tumbada bajo la sombra de una higuera centenaria, donde un antiguo sabio la toma en sus brazos para amarla.

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lunes, 20 de febrero de 2012

Relatos del libro dosmásuna

Hasta ahora en este blog solo publicaba un poema los viernes. Pero he decido publicar un relato los lunes y los miércoles. Así que a partir de hoy tendréis un relato el lunes y otro el miércoles, y el viernes seguirá siendo para la poesía. Gracias por leerme.

Salvador Moreno Valencia
Escritor.

Os invito a leer el primer relato.


Diana corrió al bosque, y arrojó de él a Hélice, que había gustado el veneno de Venus.

La Divina Comedia

Dante

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Tais y la leyenda del farol nórdico


El centinela marchaba con paso marcial. Se detuvo al oír un sonido que se salía de lo acostumbrado para él. Olisqueó el aire y un tufo como de animal se apoderó de su nariz. Cargó el arma y sigiloso se acercó a la alambrada que lo separaba del bosque.

En la cocina moldea la harina Magdalena con el tesón que le es peculiar de su carácter y mientras amasa canturrea una canción que aprendió en la escuela: ‘tiene mi niña los ojos verdes, ¡ay tan verdes como esmeraldas!, ¡verdes, verdes…!’

De la oscuridad del bosque saltan hacia la alambrada dos luminosos ojos; son los de un venado que acostumbra a acercarse todas las noches para que el centinela le de su ración de azúcar en forma de caramelo. Feliz el animal se deja acariciar por el centinela que se encuentra seguro tras la valla, nunca se atrevería a pasar al otro lado, aunque vaya con el arma y todo; no, tiene un miedo atroz a la espesura y negrura del bosque que parece que lo va a devorar si cruza la empalizada.

Magdalena ya tiene preparada la masa y metida en el horno para hornear el sabroso pan de nueces que tan sólo ella sabe hacer dándole el punto que nadie más sabe darle. Cuando ya ha dispuesto el horno: temperatura y tiempo, se queda mirando por la ventana, la oscuridad es tan intensa como la fogosidad de esos jóvenes a los que la testosterona los trae por la calle de la amargura; y en el fondo de toda esa negrura el bosque parece alzarse insolente con una prepotencia que desquicia a los que viven en sus orillas.

El venado, una vez satisfecho, vuelve al lugar que le corresponde para seguir en su paseo nocturno hasta llegar al amanecer al lago, lugar donde templará su cornamenta y afilará sus puntas para las peleas en la berrea. El centinela piensa en Magdalena y en la última vez que se vieron, ya hace unos meses, tantos como los que él lleva en el dichoso trabajo de guarda nocturno de una central térmica o algo parecido, pero que de momento no se encuentra en activo. Pasillos y pasillos solitarios y húmedos, patios enormes donde se asoman enormes tanques de no sabe qué. Él no hace preguntas, se limita a cumplir con su obligación, no están los tiempos para andar por ahí preguntando a quien le paga qué o para qué o cómo o quiénes… no es asunto suyo; él llega a las doce de la noche y se marcha a las doce de la mañana, así un día tras otro, sin descanso, pero no están los tiempos para…

La alarma del horno ha comenzado a sonar y Magdalena deja su otra tarea, la costura, y entra en la cocina para retirar del horno el pan que ya está en su punto. Al abrir la puerta del horno el olor a pan recién hecho invade toda la estancia y su nariz festeja ese dulce aroma de nueces. Tras la ventana, en la oscuridad del bosque una luz aparece y desaparece como haciendo señales. Una garra ase la lámpara nórdica de la que procede la luz intermitente, la mano libre ase un palo de madera, y entre destello y destello un rostro descarnado es iluminado con la misma intermitencia con la que iluminan los faros en las costas…

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viernes, 17 de febrero de 2012

Las musas en el aire

Fotografía E. de Juan


Por aquí refugiado en la torre a lo Montaigne

dejé la organización de recitales y ferias,

ahora me dedico a la vida contemplativa

algo misántropo, y con pocas ganas de alternar

en saraos literarios y demás parafernalia.



De Lara, la asturiana de Cádiz no sé nada,

llevo tiempo sin tener noticias suyas

parece que se la ha tragado la tierra,

de momento.



A Madrid me gustaría ir en julio

que tengo vacaciones de familia,

ésta se marcha a Legoland,

y yo quedo a la deriva del tiempo

para mí solo.



¡Ah Silvina!, mi gran musa,

mi gran amor platónico,

siempre tan bella y radiante.



Echo de menos los días de Madrid

con sus ruidos y locuras,

en fin, que ahora escucho pájaros

en el jardín, leo, leo, y escribo poco

para bien de la necedad, y la ignorancia

que son las que gobiernan el mundo.



Me quedo con Dostoievski

cuando dice:



“No he conseguido nada, ni siquiera ser un malvado;

no he conseguido ser guapo, ni perverso;

ni un canalla, ni un héroe…,

ni siquiera un mísero insecto.

Y ahora termino mi existencia en mi rincón,

donde trato lamentablemente de consolarme

(aunque sin éxito)

diciéndome que un hombre inteligente

no consigue nunca llegar a ser nada

y que sólo el imbécil triunfa.

Sí, señores, el hombre del siglo XIX

tiene el deber de estar esencialmente despojado de carácter;

está moralmente obligado a ello.

El hombre de carácter, el hombre de acción,

es un ser de espíritu mediocre.

Tal es el convencimiento que he adquirido en mis cuarenta años de existencia.”


 Del poemario Cuadernos de la huida, de Salvador Moreno Valencia.

viernes, 10 de febrero de 2012

Los otros


El sonido que hace el agua en la fuente me hipnotiza.
Fotografía E. de Juan


La tarde me envuelve en un éter violeta
exhibiendo en su escaparate al mundo.

Veo pasar la gente con prisas, como si llegaran tarde a una cita.
Escribo sobre lo observado, escribo sobre el agua
que en la fuente incansable, e interminable brota como el río de gente que pasa apresurada.


Viene a mi memoria un cuadro de Goya
donde dos hombres se apalean sin descanso
parecen dos personajes de Faulkner

tan necios, tan tercos, despojados de sentido común.

Los otros, quizás también hayan caído hipnotizados por el sonido del agua.


sábado, 4 de febrero de 2012

A lo lejos

Fotografía E. de Juan

Góngora, Quevedo, Lope y Cervantes:
Borrón y verso nuevo.



Abre sus alas el Hombre y como Fénix remonta el vuelo.

Surca los cielos obscuros sobre tierras cenagosas, a lo lejos,
más allá de lo que sus ojos abarcan, existe un mundo que desconoce la palabra.


Ciegos,

Sordos,

Mudos: necios

Un mundo que desconoce la Palabra
Un mundo de sonidos guturales

Mundo que una vez, conoció la belleza
y la riqueza tallada por la Palabra.

 El Hombre despojado de la Palabra no surgirá como el Fénix de sus cenizas.


Del Poemario Cuedernos de la huida (Salvador Moreno Valencia)