El lago
Cuando llegaron a la casa de Tom, era noche profunda y en el silencio de la noche se dibujaron las notas musicales de un búho en el pentagrama del infinito universo.
-Ya hemos llegado- dijo Tom cuando detuvo el coche para bajar y abrir la cancela.
-Está muy oscuro, por favor no pagues la luz- respondió Tais con el frío en los huesos. Era un frío lejano como venido de otro tiempo, el sueño que con frecuencia solía tener cuando se angustiaba demasiado por un tema en concreto. El frío de los fiordos nórdicos llegaba para abrir las puertas del abismo a los toros negros de la reina Tais que arrasó los pueblos vecinos en pos de encontrar al minotauro con el que pretendía perpetuar su raza. Era un sueño recurrente y que la dejaba helada, pero en él siempre refulgía una llama en un farol. El farol nórdico que había comprado le recordaba al del sueño.
Tom abrió la cancela y volvió al auto, dos perros enormes salieron al encuentro de los recién llegados. Eran One y Avla dos mastines del pirineo que Tom había comprado en su primer y único viaje por Europa. A Tais los perros le gustaban mucho, y la presencia de aquellos canes le produjo alegría y seguridad porque: ¿qué bestia u hombre podía adentrarse en el territorio de dos animales como aquellos?
-No te preocupes One y Avla son muy cariñosos- dijo Tom para que Tais no tuviera miedo de ellos. Lo que no sabía Tom era que a ella le encantaban los perros.
-No me dan miedo, todo lo contrario- le respondió ella para mostrarle su satisfacción al saberlos allí-, los perros son mi debilidad y estos parece que están dispuestos a ser buenos amigos míos.
-Sin duda, ya verás cómo se desviven por ti- dijo Tom dirigiendo el automóvil al garaje.
En la puerta de la casa se encendieron sendas farolas cuando los recién llegados se acercaron. ‘Tom no vive solo’ pensó Tais.
-¿Hay alguien en casa?- preguntó para salir de dudas.
-Sí, no te lo he dicho porque lo olvido, siempre me olvido de Fran, es como una parte más del bosque, un árbol, una piedra, o una casa, que te habitúas a verlos en el mismo lugar con la misma actitud, si es que su estar se puede definir como actitud, es como la indiferencia que produce la cotidianidad, el día a día. He visto a Fran desde que era un niño, y siempre ha sido igual, no ha cambiado desde entonces.
-¿Fran vive contigo o trabaja para ti?- preguntó Tais.
-Ni lo uno ni lo otro, pero podríamos decir que Fran y yo tenemos un trato e intercambiamos servicios- respondió Tom acercándose para abrirle la puerta a Tais.
Tais odiaba a todos los hombres que hacían eso, que intentaban mediante gestos, que ella consideraba machistas, ser caballerosos cosa que le removía el estómago.
-No hace falta que demuestres tu caballerosidad- dijo al abrir la puerta sin dar opción a Tom a abrirla.
-Sólo pretendía ser amable- protestó él bombero algo dolido por el rechazo hacia su actitud por parte de Tais.
-No te ofendas pero no soporto esos detalles, van en contra de mis principios- se disculpó ella buscando con la vista la figura de Fran que no aparecía por ningún lado.
Los perros también habían desparecido al encenderse las farolas del porche, en el que una hamaca se balanceaba como recién abandona. Un gato pardo y demasiado grande para ser gato, se acercó a Tais y se restregó entre sus piernas.
-Ten cuidado con ese zalamero- dijo Tom invitando a Tais a pasar al interior-
-Podríamos quedarnos un rato aquí en el porche, la noche es muy agradable; ¿tienes un cigarrillo?- propuso ella que terminó por sucumbir al vicio del tabaco, afición que había dejado hacía unos tres años; pero algo aquella noche la incitó a pedirle a Tom un cigarrillo.
-No tengo, no fumo, pero Fran si lo hace, así que iré a buscar uno de sus cigarros; creo que él fuma tabaco negro, la verdad es que no puedo decirlo porque no soy un experto en tabaco, sin embargo sí en fuegos- le dedicó una leve sonrisa a Tais y desapareció tras la puerta. En ese momento a Tais la recorrió un escalofrío y el gran gato pardo de un salto se encaramó a la copa de un frondoso roble que presidía en pequeño jardín.
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