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miércoles, 18 de abril de 2012

CAPÍTULO V DE "ASÍ EN EL CIELO"

Me encontraba aquella mañana por allí, entre otras cosas porque tenía una cita con uno de mis clientes. Ha decir verdad era el único cliente que tenía en mucho tiempo. Y además frente a la comisaría existía un lugar donde yo podía permitirme tomar un desayuno digno, bueno, era el único lugar que había por el momento, el mismo que servía de reunión, para los hombres, tras el oficio vespertino.

La ventaja de ser un divagador nato es que uno posee una imaginación desmesurada, tanto que a veces se miente, más bien diría se inventa sin coherencia pero con propia improvisación y en otras ocasiones se pierde el sentido de la realidad y no se sabe dónde ocurrió esto o aquello.

Mi único cliente era un hombre bajito de ojos acaramelados, lucía, sobre la comisura de su labio superior, un triste bigote que hacía compañía a su no menos triste sonrisa y a su melancólica mirada, que a mí se me antojaba como la de una de esas vacas que lo miran a uno cuando pasa cerca de ellas en el prado, donde pastan absortas al mundo que las rodea; sí; esa era la mirada de mi queridísimo y único cliente, el que me habría de sacar de aquella mala racha que duraba casi seis meses. Que cómo sobrevivía, muy fácil; iba dejando un rastro de ronchas por todos los lugares donde se me conocía que no eran, precisamente, muchos, pero sí, los suficientes para ir tirando; así y con un par de chapuzas me las iba arreglando y sobre todo con la inestimable ayuda de mi querida secretaria, que debido a su gran corazón, lleno éste, además de sangre y músculos, de una gran bondad, por la que ella sacaba de su otro trabajo algo de ayuda, convencida de que pronto mi empresa de detectives iba a ir hacia adelante.

Vuelvo a divagar y eso es algo que me afecta como una enfermedad crónica. Estaba diciendo que cinco minutos antes de que abuela y nieto se encontraran frente al sheriff yo pude verlos llegar en su ruinosa chatarra con ruedas, ya que me encontraba sentado junto a uno de los ventanales de aquel café, tienda, único en el pueblo.

Pronto mi atención fue atraída por la llegada del hombre que parecía el trío de las tristezas por su lánguida mirada, por su mueca en los labios que no llegaba a ser sonrisa, pero tampoco asco, como esos pucheros que los niños hacen cuando se debaten entre el retortijón de barriga que les molesta y la alegría que les produce el desprenderse de ellos con un aireado pedo.

Así era mi cliente, pequeño y triste, pero a ratos alegre, tenía repentinos cambios de humor, él me confesó, que eran debido a que se acordaba de su linda mujer y de cómo la conoció y eso le colmaba de alegría. Y como había algo que no me aclaraba su otro estado de ánimo, no pude evitar hacer la pregunta.

 -¿Y cuál es el motivo por el que se entristece?- el pequeño hombrecillo se enrojeció y vi la cólera en su chispeantes ojos color pardo; me respondió sin titubear con un tono de odio en sus palabras, si no era odio era un sentimiento similar, quizá resentimiento.

 -¿Acaso cree que estaría aquí hablando con usted perdiendo mi preciado tiempo y pidiéndole que dedique el suyo y su profesionalidad a ayudarme si no fuera por esa tristeza?

 -¡Bueno no se altere!- le dije yo sin más, no obstante no podía perder a aquel que de momento era mi único cliente, como ya he dicho.

Y no es del todo seguro que él, Licinio como me dijo que se llamaba, se dejara su dinero en mis servicios si yo andaba con bromas al respecto. Porque en realidad si no hubiera sido por lo que me afectaba, me hubiera reído en sus narices por cabrito. Claro que, una vez que acepté el trabajo, por supuesto él lo permitió al darme el cincuenta por ciento por adelantado, conocería a la que era protagonista y motivo de las dudas que traían a Licinio por la calle de la amargura y digo que en eso tenía razón aquel tipo, no era para menos, yo en su lugar hubiera sufrido lo mismo.

He vuelto a las andadas. No puedo dejar de mencionar el efecto que me produjo el oír el nombre de Licinio. Fue un escalofrío intenso que me recorrió el espinazo, aquel nombre me trajo a la memoria otro y cómo no, la edad en la que tuve la desgracia de conocerlo, de oídas, menos mal, pero al fin y al cabo el mismo efecto de terror producía aquel hombre que llevaba el nombre de Licinio de la Fuente, ministro de trabajo del antiguo régimen de la dictadura del país del que tuve que salir poniendo pies en polvorosa, si en algo apreciaba mi vida.

Continuará próximo capítulo el lunes día 23 de abril de 2012

Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

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