Letras tu revista literaria
jueves, 20 de noviembre de 2008
Hacía frío
Hacía frío, la calefacción del auto no funcionaba y llevaba un par de horas conduciendo hacia ningún lugar determinado. Sí, hacía frío por fuera y por dentro, pero es peor el frío interior porque no hay remedio alguno para someterlo: un buen trago de ginebra lo aliviaría momentáneamente, pensó mientras se frotaba la mano derecha sobre el pantalón.
A unos quinientos metros surgía como una aparición una venta donde luces rojas, azules y amarillas daban un tono festivo al sombrío páramo. Allí podía entrar en calor, al menos del físico, el otro intentaría calmarlo o bien con un par de tragos o con la compañía de una de las chicas que esperaban impacientes la entrada de clientes.
Frío en el interior, llevaba ese hielo interno desde que Matilde se fugó con su mejor amiga. Un hombre, se dijo entonces, puede luchar por una mujer si es otro hombre el rival, pero no se puede vencer a las armas de las mujeres. Y Matilde se fue con su amiga a vivir una vida de felicidad, y él se quedó con el frío dentro que sólo podía aliviar con algún trago de ginebra azul, y con la compañía de alguna chica de vida, según él las definía, alegre o irreverente con la moral establecida.
Entró en el local y el único cliente que había era un tipo con el rostro arrugado, no por ser símbolo de la vejez, porque era un hombre joven, sino como vestigio de haber escapado de un fuego; la cara era monstruosa, los párpados habían desaparecido, la nariz sólo era un hueso, los labios parecían haberse encogido como estirados por un mecanismo invisible; la totalidad de aquel rostro lo estremeció, era un tipo verdaderamente monstruoso. Sobre la barra, a su lado brillaba una jarra de cerveza y del otro lado de ésta un farol nórdico ilumina en rededor con una vela en su interior. Tras haber hecho esta observación Raúl, se estremeció no ya por su frío interno o externo sino por la visión de la garra con la aquel hombre asía la jarra de cerveza. El tipo hizo ademán de brindis y miró detenidamente al recién llegado. Dos chicas huesudas y con alargadas ojeras que matizaban su delgadez y la blancura de sus rostros se le acercaron raudas a consolar al nuevo cliente. Raúl sintió todavía, si cabe, más frío; el frío que emanaba de aquellas criaturas lo envolvió totalmente. Lo empujaron literalmente hacia la barra, una de ellas pasó a la parte trasera de la misma y le sirvió un trago de ginebra azul sin haberla pedido. Ella ya sabía de qué frío sufría el recién llegado.
El hombre de la garra y el farol nórdico puso unas monedas sobre la barra y salió del local donde quedó Raúl a la disposición de aquellas Ninfas cadavéricas…
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