Capítulo 3
No creas que sucedió como imaginas, no, la mujer, que me había recibido casi desnuda, resultó ser de una castidad casi exasperante, a pesar de que en sus primeros años, cuando llegó a España, había ejercido la prostitución. Eso fue lo que Erika me contó esa tarde en su piso cuando yo estaba comenzando la investigación sobre el asunto tan pestilente como el de la defecación en la escalera.
-Me llamo Arturo Montes- le extendí mi mano y ella casi la acarició con una sensibilidad poco habitual en mi entorno, ninguna mujer, hasta entonces, me había dado un apretón de manos como lo hizo Erika.
-Yo me llamo Erika, encantada de conocerte- sus labios se buscaron el uno al otro-, perdona que te reciba con esta pinta, pero me has pillado justo saliendo de la ducha, en media hora tengo que ir a trabajar.
-Si quiere vuelvo otro día- le dije sin poder disimular mis nervios. Sí, estaba nervioso ante aquella mujer, hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de una fémina, y menos tan bella como Erika.
-No, te apures, y tutéame- dijo-, siéntate por favor- me indicó con sus suaves manos una butaca y yo accedí a su petición con gusto-. Y dime: ¿qué te trae por mi casa?
-Bueno, en primer lugar tengo que decirte que estoy recién llegado a este edificio, me mudé hace poco al primero be. El motivo de mi visita es que quiero descubrir quién ha podido hacer una barbaridad como la de cagarse en la escalera- me revolví en la butaca inquieto, Erika no se había sentado y me observaba apoyada en la mesa del salón.
-¡Bueno! ¿Ha vuelto ese cerdo a hacerlo?- dijo sin sorprenderse.
-Sí, eso parece, he hablado con los vecinos de arriba y ambos coinciden en el conocimiento que del acto tienen, pero no se ponen de acuerdo en el número de veces que ha ocurrido, el señor Jam dice que han sido cinco y la señora Lana, mantiene que han sido cuatro.
-Esos dos no se enteran de nada, no han sido ni cuatro, ni cinco, sino seis, lo que quiere decir que con esta van siete- se acercó a la butaca donde yo estaba sentado, seguía con el albornoz medio abierto y al agacharse intuí, antes de verlas, sus tetas, sendas peras uniformes.
-Sabes Arturo, los de arriba se hacen los suecos, ya les vale, que llevan aquí más de quince años y no pían ni una palabra de español, bueno lo justo para salir del paso, pero eso sí, entender lo entienden todo. ¿Sabes cuánto tiempo llevo en España?- preguntó mientras se sentaba frente a mí en el sofá. Sobre la mesita había un paquete de cigarros, Erika alargó su delicada mano y sacó uno ofreciéndome otro.
-No gracias, no fumo- respondí al ofrecimiento.
-¿Te importa que lo haga yo?- preguntó llevándose el cigarro a la comisura de los labios. Rojo carmín que tatuó mis entrañas para siempre.
-¡No, qué va!- respondí intentando disimular mi excitación, que tanto era interna como externa. Erika encendió el cigarro, aspiró hondo y al pasar unos segundos exhaló una bocanada de humo como si toda ella fuera un volcán.
-¿Cuánto dices que hace que vives en España?- volví a su pregunta, esperando su respuesta-, yo diría que bastante tiempo por la perfección con la que hablas mi idioma- dije sin esperar que ella me diera ese dato, quizá insignificante en ese momento.
-Tan sólo llevo tres años, y mira si hablo bien el español, no como esos de arriba, que ni lo hablan, ni les hace falta, como aquí lo tienen todo en inglés y en sueco, pues a ellos como si llueve.
-La señora Lana habla mejor el español que el señor Jam- apunté.
-¿No hablarías tú cualquier idioma si te mudases a vivir a otro país?- preguntó apagando el cigarro casi entero-. Y más si en ello te fuera la vida.
-Sí, lo haría, pero una cosa es ser turista y otra un pobre inmigrante que llega a otro país para buscarse la vida- le dije si dejar de mirar la pierna que había quedado al aire cuando Erika la cruzó sobre la derecha con un movimiento seductor.
-Como yo, que vine aquí engañada, y eso me costó, dos años de prostituta y si rechistar por miedo a esos matones- se levantó y me dijo que debía vestirse para ir a trabajar, que si quería podíamos seguir otro día, y si era urgente para mí descubrir lo de la mierda, podíamos vernos esa misma tarde cuando ella regresase del trabajo, sobre las ocho de la tarde.
-Llamo a tu puerta cuando suba- me dijo-, pero si quieres puedes quedarte mientras me visto y seguimos charlando.
-No, no te preocupes, no es urgente descubrir una acción como la que me ha traído hasta aquí, pero sí, estará bien que pases esta tarde por casa y así podemos seguir hablando- me despedí de Erika que amablemente me acompañó hasta la puerta y con un guiño dijo:
-Ha sido un verdadero placer conocerte Arturo.
-El placer es mío- dije torpemente intentando desviar mi mirada de su escote.
Bajé sin ganas de seguir preguntando al vecindario sobre el asunto de la mierda. Entré en casa, puse a Edith Piaff y oí “Mon Legionnaire”.
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