Letras tu revista literaria

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Fluorescente Long




Mucho antes de que Luminosa fuera a parar al depósito del cristal reciclado, ocurrió en su vida el acontecimiento que dio paso a su verdadera aventura.
Estaba todavía en su fase de descanso cuando llegaron los operarios con aquella caja, un embalaje más propio de príncipes o casi de reyes, quizá no tanto, más bien fue la imaginación de Luminosa la que le hizo ver en aquella caja una pomposa envoltura que nada tenía que ver con la realidad.

Los operarios, un chico joven y de piel tostada casi negra, y un hombre adulto con una aproximación al diámetro de una enorme circunferencia, su barriga, su obesa papada, respiraba con dificultad, y el chico comenzó a abrir el paquete, la dueña de la casa, todavía en bata, y con los rulos puestos supervisaba aquella operación que el joven llevaba a cabo con sumo cuidado como si estuviera manipulando algún objeto explosivo, un líquido altamente contaminante y mortífero o un arma totalmente novedosa.

La mujer con la taza de café humeante en la mano izquierda, en la derecha un cigarrillo, al que le daba una y otra, compulsivamente, chupada, inhalaba y exhalaba con una pasión sin control como si en ello le fuese la vida. El chico deshizo todo el embalaje y entonces la dueña de la casa al apoyarse involuntariamente sobre el interruptor sacó de su letargo a Luminosa que brilló con toda su plenitud dando a la escena que bajo ella se interpretaba un halo amarillento como si un dios despistado hubiera derramado su cofre de polvo de oro sobre los operarios y la dueña, convirtiéndolos en figuras propias de la fragua de Vulcano.

Y Luminosa con asombro pudo ver que de la caja el joven extraía un lujoso y resplandeciente tubo fluorescente que iba a ser colocado en la cocina, habitación colindante a la que ella iluminaba, pero Luminosa no sabía lo que este acontecimiento iba a cambiar su vida.

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