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sábado, 26 de agosto de 2006

LA DESESPERACIÓN DEL DESTIERRO

¿Qué está pasando papá?. ¿ Qué ruidos son esos?.
Estás y muchas más preguntas le hacía un niño de siete años a su padre, cuando el cielo se encendía y las bombas cortaban el silencio como una saeta. Papá, Mamá, ¿porqué nos vamos de la casa?, mamá ¿puedo llevar a Toby con nosotros?.
Toby no puede venir, allí a donde vamos será difícil encontrar alimentos para nosotros, déjalo aquí, así podrá cuidar la casa y cuando volvamos todo estará como antes.
La familia cogió todo lo que podía llevar consigo y se echaron al monte, poco a poco se fueron reuniendo con miles de familias que como ellos huían del terror y de la muerte. Los ancianos miraban hacia atrás y en sus ojos corrían las lagrimas de la desesperación, dejaban atrás toda una vida, todas sus pertenencias, dejaban su pasado, sus vecinos muertos a tiros por no haber salido a tiempo en busca de una libertad efímera, de un derecho a la vida, que se les negaba en su propia tierra. Allí, donde crecieron y lucharon para poder conservar sus pequeñas tierras, sus casas que, ahora ardían tras ellos, allí donde enterraron a sus padres y a sus amigos, allí donde vivían el día a día como en cualquier lugar del mundo antes de que comenzara la persecución, antes de que unos señores, que ni siquiera conocían, decidieran hacer una limpieza étnica, una atrocidad incomprensible, una barbarie de tal magnitud, que no tenía respuesta en sus mentes de personas humildes.
Solo los tiranos pueden justificar la masacre, tanto los de un bando, como los de otro. Unos por erigirse salvadores del mundo gastando miles de millones en bombas y en armas para la guerra cuando, probablemente esos miles de millones repartidos entre los pueblos afectados por la barbarie contribuirían a una paz más saludable para todos. Y los otros, en este caso los malos de la película, por erigirse en limpiadores de razas, creyendo que solo ellos tienen el derecho a disfrutar la tierra de la que pretenden exterminar a cualquier ser que no sea de los suyos.
Papá, estoy cansado, tengo hambre, tengo sed, ¿cuándo vamos a llegar?, papá tengo frío. El sol caía en el horizonte como cualquier tarde, pero no era una tarde como aquellas en las que se reunían todos en el porche de la casa y contemplaban el atardecer con alegría. El sol caía y sin embargo, las miles de familias desheredadas de sus tierras no lo contemplaban como lo habían hecho durante tantos años, sí, el sol esa tarde era el ocaso de sus vidas.
Mientras miles de personas miraban en sus televisores el estado de la guerra, miles de personas se preguntaban- ¿Porqué?.
¿La guerra es cuestión de orgullo? Porque al parecer ni los “buenos” ni los “malos” se bajan del burro y los que sufren reciben la noche con las preguntas sin respuestas.
Papá tengo frío, se oían miles de llantos y las estrellas ya no alumbran lo mismo para los desesperados en el destierro de sus vidas.
¿Porqué?
© Salvador Moreno Valencia

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