Letras tu revista literaria

lunes, 16 de noviembre de 2009

Objeto desconocido



Me vas a perdonar mi timidez, dijo Lucecita Mesillas recién conectada al enchufe de la pared, que estaba situado en el cabecero de la cama de matrimonio.

No te apures ni tengas cuidado, y si eres tímida y algo recatada te han venido a instalar en el lugar menos apropiado, en el caso de que tú seas de esas lamparitas remilgadas que se ruborizan por cualquier tontería.

No es eso, mi timidez es debida al desconocimiento que tengo, tanto del lugar como de los objetos que en él cohabitan con ellos, sí, él, y ella, el primero que me ha traído hasta aquí, pobre, con la ilusión con la que me adquirió en la tienda de objetos usados; y ella, sí, ésa que fuma sin parar y ni siquiera lo mira, sí, a él, o que lo trata como a un objeto más, otro entre nosotros, pero menos, o nada luminoso.

Y todavía no has visto nada, dijo el enchufe, por cierto mi nombre es Conecttor Baby, llevo aquí desde que hicieron la reforma, y he visto pasar a muchas Luminosas, a muchos Fluorescentes Long, y a tantas otras Lucecitas que ya no lo recuerdo, pero, si me dejas contarte…, lo que más satisfacción me produce es cuando ella, sí, su mi mujercita, como él, sí, su mi hombre, la llama, conecta en mis dos aberturas ese objeto desconocido, y te digo, bajó la intensidad, si yo disfruto, ella, sí, ella, disfruta el doble o el triple porque yo nunca he llagado al estado de éxtasis que lo hace ella, sí, ella, su mi mujercita como él la llama, y si él supiera, el muy pánfilo, mejor dicho el muy ingenuo.

Lucecita Mesillas no acababa de creer al charlatán Conecttor Baby, porque ella no había visto mucho mundo, tan sólo aquel dormitorio al que llegó recién salida de la fábrica, y desde allí a la tienda de objetos usados y ahora aquí, conectada al endiablado charlatán.

Y si ella, sí, ésa que dices que él llama… conecta el objeto desconocido a ti, eso quiere decir que durante el tiempo que ella, sí… me tendrá desconectada, y por tanto no podré descubrir por mí misma lo que me estás contando, entonces ¿no me quedará más remedio que creerte?

Así es, ya lo hizo con tu antecesora, que al decir verdad era más horrible que tú, perdona mi honestidad pero…

Además de charlatán es un cabrón, pensó Lucecita Mesillas cansada de oírle. En ese momento él, su mi hombre al que ella, su mi mujercita, llamaba así, entró en la habitación, se dirigió hacia la mesilla donde ella, su mi mujercita, había instalado a Lucecita Mesillas y tras asir con cuidado la lamparita, no fuera a desprenderse de ella alguno de los adornos superfluos que le colgaban, la fue a depositar en la otra mesilla de noche, junto al lado que él ocupaba cuando dormía. Tuvo suerte Lucecita porque el enchufe al que fue conectada no dijo ni pío, era mudo, según dijo desde el otro lado Conecttor Baby.

Él, el hombre, tras haberla dejado allí instalada, salió del cuarto, se oyeron sus pasos que se alejaban, unas palabras como de despedida y tras ellas sonó el sonido de la puerta al cerrarse sin cuidado.

A los pocos momentos ella, sí, su mi mujercita, entró en la habitación con el cigarrillo encendido, inhaló profundamente mirando a un lugar en el techo, quizá una mancha que había dejado un voraz mosquito al ser aplastado por un alma sin escrúpulos; el humo salió de ella, parecía la chimenea de una fábrica. Se sentó en la cama, abrió el cajón de la mesilla que había debajo de Conecttor Baby, y sacó el objeto desconocido. Conecttor le guiñó el ojo a Lucecita Mesillas que iluminaba tenuemente el otro lado de la cama.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Aclaración

Este relato comineza en Luminosa Filamento, sigue Fluorescente Long, y luego Lucecita Mesillas. Iré publicando un capítulo por semana hasta dar por acabada la absurda historia de estos objetos luminosos. Espero que os guste.

Lucecita Mesillas




Efectivamente, la historia de Luminosa no había hecho más que empezar, y, todavía, no se había hecho a la idea de compartir noches iluminadas con el nuevo elemento que iluminaba orgulloso en la cocina, cuando el destino hizo que otra sorpresa diese un vuelco a su tranquila existencia.

Ella, la señora de la casa, siempre andaba refunfuñando entre dientes, y como una sicópata, la tomaba con los interruptores, sobre todo cuando estaba enfadada porque él, el hombre, su hombre, como ella decía en voz queda, mirando por la ventana y echando más humo que una locomotora, tardaba en llegar. E iba a ser él, sí, su hombre el que vendría a poner una nota de intranquilidad en la vida de Luminosa, porque aquella misma tarde se presentaría con un regalo para ella, sí, la mujer, mi mujercita como él, sí, el hombre, su hombre, la llamaba.

Se abrió la puerta y tras ella apareció él, el hombre, su hombre, portando sobre las manos un paquete que soltó en el suelo para poder deshacerse de la gabardina, una gabardina gris que tenía los cuellos y puños algo gastados por el uso, pero según él, su hombre, decía, más bien se excusaba ante los reproches de ella, la señora de la casa, su, mi mujercita, cuando ésta lo hostigaba con el argumento de que vaya pinta llevaba que parecía un pordiosero con aquel gabán tan raído, y él, el hombre, su hombre, justificaba su predilección por la prenda diciendo que había pertenecido a su padre y que todavía estaba de buen ver, la prenda, el padre no, claro, porque llevaba criando malvas o poniendo gases de color verde en el cementerio desde hacía veinte años, los mismos que él, el hombre, su hombre, llevaba usando la gabardina cada invierno.

Tras sacarse el sayo gabardinero raído, volvió a asir el paquete que había soltado y con una voz de pito mariquita, él, el hombre, su hombre, grito su nombre, el suyo, el de ella, su, mi mujercita; ella, la señora de la casa en la cocina fumaba a la par que removía con hastío cansino un guiso de lo que podían ser lentejas de un color casi negro, tan negro como el mar, sí, el mar Negro. Ella sin volverse ni dejar su labor sacudió el cigarrillo con un movimiento ensayado de los labios, la ceniza fue a caer a la olla y con la inercia del movimiento producido por el brazo de ella, la señora de la casa, su, mi mujercita, se diluyó, la ceniza, entre aquel caldo espeso.

Entonces él, el hombre, su hombre, entró y puso sobre la encimera, mejor dicho sobre los cacharros sucios que llenaban la encimera de la cocina, la caja que con tanta alegría portaba. Luminosa no pudo presenciar lo que en la cocina estaba ocurriendo por lo que no dudó en solicitar la crónica del recién llegado Fluorescente Long, el cual, servicial e iluminador desde que los operarios lo pusieran en marcha por la mañana, no dudó en trasmitir a su vecina lo que estaba ocurriendo.

Él, el hombre, su hombre, abrió la caja y extrajo de ella una pequeña lámpara a la que ella, su, mi mujercita, no prestó la más mínima atención sin dejar de remover el guisote. -Mira cariño- dijo él ilusionado y con los ojos chispeantes como de haber tomado algunos tragos de vino, y esto lo delataba el color de sus mejillas que se enrojecían cada vez que él, sí, el hombre, su hombre, bebía.
-Otra reliquia- dijo ella sin aparición de ilusión o alegría por su parte.
-No es una reliquia es un lamparita que pondremos en la mesilla de noche para que vele tus desvelados sueños- respondió él sin percatarse de lo paradójico de su frase.
Así lo relató Fluorescente Long a Luminosa y así es como entró en la vida de ambos Lucecita Mesillas.

Fluorescente Long




Mucho antes de que Luminosa fuera a parar al depósito del cristal reciclado, ocurrió en su vida el acontecimiento que dio paso a su verdadera aventura.
Estaba todavía en su fase de descanso cuando llegaron los operarios con aquella caja, un embalaje más propio de príncipes o casi de reyes, quizá no tanto, más bien fue la imaginación de Luminosa la que le hizo ver en aquella caja una pomposa envoltura que nada tenía que ver con la realidad.

Los operarios, un chico joven y de piel tostada casi negra, y un hombre adulto con una aproximación al diámetro de una enorme circunferencia, su barriga, su obesa papada, respiraba con dificultad, y el chico comenzó a abrir el paquete, la dueña de la casa, todavía en bata, y con los rulos puestos supervisaba aquella operación que el joven llevaba a cabo con sumo cuidado como si estuviera manipulando algún objeto explosivo, un líquido altamente contaminante y mortífero o un arma totalmente novedosa.

La mujer con la taza de café humeante en la mano izquierda, en la derecha un cigarrillo, al que le daba una y otra, compulsivamente, chupada, inhalaba y exhalaba con una pasión sin control como si en ello le fuese la vida. El chico deshizo todo el embalaje y entonces la dueña de la casa al apoyarse involuntariamente sobre el interruptor sacó de su letargo a Luminosa que brilló con toda su plenitud dando a la escena que bajo ella se interpretaba un halo amarillento como si un dios despistado hubiera derramado su cofre de polvo de oro sobre los operarios y la dueña, convirtiéndolos en figuras propias de la fragua de Vulcano.

Y Luminosa con asombro pudo ver que de la caja el joven extraía un lujoso y resplandeciente tubo fluorescente que iba a ser colocado en la cocina, habitación colindante a la que ella iluminaba, pero Luminosa no sabía lo que este acontecimiento iba a cambiar su vida.

Luminosa Filamento




Había heredado, Luminosa Filamento, toda la brillantez con la que su creador había soñado dotarla, no exenta de horas oscuras y de un final sentenciado de antemano al abismo y la oscuridad.

Con el paso del tiempo, factor que todo lo oxida como el salitre marino oxida las carcasas de barcos, automóviles, y descoyunta huesos, Luminosa Filamento vendría a caer en la degeneración, propia de ese juez imparcial al que he hecho alusión, y con la indeferencia del autómata que hace todos los días lo mismo, a ella, las manos de otro no menos autómata por la repetición de los actos, aunque fuera de carne y hueso, la iban a enviar al lugar que le era correspondiente tras haber finalizado sus servicios; el autómata humano que iba a ejercer de verdugo era en definitiva lo que todo ser humano con un puesto de trabajo al que le dedica diez horas diarias durante toda su vida desempeñando el mismo cargo es.

Pero Luminosa Filamento podía sentirse orgullosa de haber prestado servicios con una intachable pulcritud y brillantez, virtudes que le había otorgado su eficiente creador; sin embargo Luminosa sentía tristeza cuando se iba a dormir porque abandonaba al mundo dejándolo sumido en la más absoluta tiniebla.

Una de tantas noches que llegó la hora de cerrar el día de brillante y luminosa laboriosidad, Luminosa se sintió más cansada que de costumbre e incluso pudo comprobar cómo su brillantez mermaba creando a su alrededor una luz cenital, casi lúgubre, y aún así cerró el día con la satisfacción de haber realizado eficientemente su labor.

Al cabo de una media hora que Luminosa Filamento, ya dormida, había alcanzado una temperatura más que razonable para que las yemas de los dedos no se quemasen; el autómata, quiero decir el encargado del servicio técnico puso sobre el frágil cuerpo de Luminosa sus gordos dedos callosos y sin miramiento, ni escrúpulo los dedos apretaron con tal destreza hasta desenroscar el casquillo donde Luminosa había estado depositada desde que naciera, y tras varias vueltas de rosca Luminosa Filamento quedó yaciendo sobre la gran mano del autómata que se deshizo de ella enviándola a la bolsa del cristal para reciclar.

domingo, 18 de octubre de 2009

Salvador Moreno Valencia ha publicado en bubok.com, tres libros de relatos, a continuación podrás leer una reseña sobre ellos y sobre el autor.


Para comprarlos en papel o en formato digital accede a: http://alvaeno.bubok.com/
Sobre las obras

http://www.bubok.com/libros/16898/dosmasuna


‘dosmásuna’

Tres relatos de estilo profano, y construidos con un denominador común, el absurdo humano.

El primer relato ‘Tais y la leyenda del farol nórdico’ está estructurado en sub-relatos, relatos dentro del relato y que en un principio pueden parecer ajenos al relato que los alberga, no lo son, están unidos por una frágil y casi invisible línea que es la que nos adentra en esperpénticas escenas donde los personajes mantienen un monólogo en ocasiones, y un diálogo en otras que nos muestra el grado de absurdo en el que habitan, en el que contemplan su existencia con un punto de vista incoherente y extravagante, Tais parece no estar en los inicios pero subyace en cada párrafo, cada personaje es ella, y cada luz es el farol con el que más tarde ha de enfrentarse por coincidencias de la vida, que para ella pueden ser el destino, el suyo que inexorablemente está trazado, pero ¿por qué ese objeto, el farol nórdico, será el causante de sus desgracias?

En el siguiente relato ‘Bitácora de un pervertido’ podemos adentrarnos a través de la voz de su protagonista en su paranoia, en su complejo que lo lleva a tener una extraña pasión excitándose con ropa interior de color naranja, y es en el diálogo que mantiene con su siquiatra donde nos irá contando sus peripecias con el amor, el sexo y la guerra; la muerte como una opción, una salida a su imparcial pensamiento, una venganza para acabar con todo lo que le ha supuesto esa paranoia, y su venganza la lleva a cabo como quien apuesta, una vez arruinados sus recursos y arriesga a todo o nada, rojo o negro, la única ficha que le queda para salir triunfante.

Y el tercero de los relatos ‘El misterio de la mierda en la escalera’, protagonizado por Arturo Montes, ex periodista venido a menos que se adentrará en una no menos esperpéntica investigación que lo llevará a descubrir a los que viven en el edificio al que acaba de mudarse, una especie de Torre de Babel en unos casos, y en otros un centro de refugiados de la ONU; y todo por que una de sus vecinas lo viene a buscar una mañana para que la acompañe a ver una grotesca mierda que hay en el tercer escalón del primer tramo de la escalera común.

http://www.bubok.com/libros/16897/El-defecto-mariposa

El defecto mariposa

A través de veinticinco (25) relatos vamos descubriendo cómo el amor, la felicidad, el dolor, la frustración, el éxito, la búsqueda de un ideal convierten a sus protagonistas, que podríamos ser cualquiera de nosotros, en seres tan fuertes como frágiles, tan humanos como inhumanos, tan dioses como hombres, tan significantes como insignificantes, personajes existencialistas que luchan en connivencia con sus circunstancias, incluso, intentando ir en contra de ellas y de sus destinos, que no dilucidan como algo innato en ellos, algo de lo que ellos son los hacedores, los propios creadores de sí mismos. Pero, ¿cómo aceptar esa realidad de existencia, portando esa carga adquirida con el paso del tiempo a través de las imposiciones religiosas, sociales, y políticas a las que han sido expuestos?

Los personajes sufren, disfrutan, aman, y desaman, huyen y afrontan, pero siempre les queda un resquicio de contradicción por donde se escapa su esperanza, y donde la duda los atrapa sin remisión alguna.

Relatos cargados de humanismo, de compasión por los personajes y el mundo en que viven. Terribles escenas de locura donde se traspasa esa delgada línea que parece separar la cordura de la pérdida de toda noción, tiempo, espacio, espíritu, cuerpo, materia…

Conversaciones con los órganos que nos acompañan durante nuestra existencia y de los que algunas veces no recordamos su nombre, bautizo de éstos por parte del protagonista de Conversaciones con mi bastón, buscando a través del diálogo con éstos la sanación de la materia en la que perviven y sucumben a la vez, porque todo es vida y muerte, nacimiento y deceso.

Y otros micro-relatos que nos llevan a la reflexión de cómo y para qué viven sus vidas los protagonistas de los mismos, enfrentados siempre a sus indecisiones, tormentos, y análisis de sus actos, incluso comprar el pan puede convertirse en una odisea para el protagonista de Compré el pan.


http://www.bubok.com/libros/16899/

7(Siete) cuentos de pan y pimiento,

Cuentos jamás contados de padres a hijos o de abuelos a nietos. Son cuentos con un punto de vista diferente a los cuentos tradicionales.

Dragones y princesas, pero ni éstos, ni aquéllas, se comportan como se nos ha transmitido, ellas no son rescatadas por sus héroes principescos, ni los dragones son exterminados por mano de los salvadores de las doncellas. No, en 7 (Siete) cuentos de pan y pimiento es distinto, los dragones son amigos de las princesas a las que llevan sobre su lomo surcando el cielo, los niños no temen a éstos sino que meriendan con ellos y comparten secretos.

Hay flores silvestres que hablan y sabios que hacen pócimas, arañas peludas y malvadas, y niñas pobres, muy pobres que nos enseñan una lección muy importante, el amor y el respeto por todas las personas y cosas.

Sobre el autor

Salvador Moreno Valencia nació en Setenil de las bodegas (Cádiz).

Su primera novela ‘Una puerta en el laberinto’ se publicó en 2004 (Imagine Ediciones), y en bubok.com sus novelas Así en el cielo; Pasos Largos, el último bandolero; El sonido lacónico de las balas, entre el 2007 y 2009.
Es director de la revista digital Letras (Fuengirola), dedicada a literatura, arte, música, cine y opinión, y subdirector del diario Online El Librepensador.

Como artista plástico ha realizado más de cincuenta Exposiciones en España, Portugal, Argentina, y Francia.

Actualmente participa en una colectiva con Global Present Art en Barcelona, y en el 2010 expondrá en Frankfurt y Miami.

Lo que se ha escrito sobre su obra

En cuanto el lector haya atisbado la filosofía naturalista descrita en su obra, en donde el ser humano es representado como una fuerza sometida y zarandeada por el azar de los elementos, comprobará que en el existencialismo con que Salvador Moreno Valencia ve a sus personajes y a su mundo, no hay desilusión ni melodramas, sino fuerza, pasión, y tragedia.
Ricardo Mena, escritor

Salvador Moreno Valencia tiene una forma muy particular de escribir, muy distinta a lo demás que conozco, a mi modo de ver, tal vez, una forma rompedora de esquemas, no sé si enmarcada en una línea de forma de escritura que no conocía. Tal vez sea yo, que estoy muy atado a las viejas tradiciones de la narrativa.
Carlos Medina Viglielm escritor, periodista, escultor y músico

El estilo literario de Salvador Moreno Valencia, si hubiéramos de definirlo, o de encorsetarlo de algún modo, erraríamos con toda seguridad porque tiene reminiscencia de muchos grandes autores, y como él mismo dice con ironía. ‘mi estilo literario es uni-verso’.De lo que estoy seguro es de que, no cabe duda, es único y múltiple.
Eladio Canteras, periodista

jueves, 15 de octubre de 2009

El defecto mariposa y dosmásuna




Amigas y amigos seguidores, tras una larga ausencia de este blog, vuelvo para comunicaros que en una semana estarán aquí y en la red, los dos libros de en los que he incluido los relatos que he ido publicando aquí últimanmente.
Os dejo una breve reseña sobre ellos y la portada del primero de ellos titulado dosmásuna .
Y en el momento en que estén a la venta lo publicaré aquí para que podáis comprarlos si es vuestra intención tenerlos en papel.
saludos y nos vemos

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 13

-Creo que será mejor dejaros solos- dijo Erika despidiéndose de mis dos nuevos visitantes.
-Por mí no se preocupe- dijo el señor Mena ignorando al ratónhuróncicatriz como si no existiera.
-Perdone…- intentó el hombrecillo imponerse para decir algo. Ninguno de los presentes le prestamos la más mínima atención. Erika aprovechó que la puerta estaba abierta para salir, en ese momento subía la señora Natalina, que no dudó un momento en meter sus narices, y cuando descubrió al hombrecillo dentro de ella, hizo un gesto displicente y dijo:
-¡Vaya! veo que hace usted muy buenos progresos señor Arturo.
-No crea, que la cosa está todavía algo liada y no sabemos o al menos no tenemos pruebas de lo que sospechamos- le dije. Erika salió al paso preguntándole que si iba para arriba la acompañaría. Natalina aceptó más por enterarse de algo que por la compañía, agradable sin duda, de Erika.
Cerré la puerta despidiéndome de ambas, y me quedé con mis dos, ¿cómo podría definirlos? Al señor Mena lo conocía de otra ocasión en la que nos enrolamos en un negocio que fue un desastre y no me unía a él ningún lazo de amistad, sino, podía decir empresarial, que era lo único que nos llevaba a reunirnos de tarde en tarde o cada vez que el señor Mena tenía una idea, que eran, la mayoría de las veces, descabelladas. Y al otro individuo lo había visto una sola vez, me lo había encontrado al salir del piso donde Natalina ejercía de niñera y ama doméstica, el eterno dilema el norte y el sur.
-Señor Arturo, he venido para contarle quién es el culpable de la mierda en la escalera- dijo sin atragantarse y con una decisión impropia de lo que había demostrado hasta el momento el ratónhuróbocadecicatriz.
-Oiga no sea pesado y váyase a casa- le dijo el señor Mena con cara de matón.
-No me iré de aquí hasta que no hayan escuchado lo que he venido a contar.
-Está bien- intercedí porque el señor Mena y el hombrecillo estaban subiendo el tono, y lo más probable era que el pequeño hombrecillo acabara con la nariz echada abajo.
-¿Por qué sospechan todos en el edifico de mí?- preguntó el hurón-. Muy sencillo, porque soy inmigrante, pero, alto ahí, que inmigrantes son también el inglés del tercero c o b, no lo sé exactamente, y también el sueco y la rusa, ¿no lo es esa retorcida de Malina o Matildina o como se llame que sirve como una esclava a esos otros?, ¿es que ellos no son inmigrantes? No, se sospecha de mí porque soy árabe, sí, un pobre diablo que cruzó el mar con el peligro de ahogarse en cualquier momento. Sí, el moro ese, dice la gente, sí, incluso esos que presumen de tolerantes y esas cosas- se detuvo, tomó aliento, sus ojos chispeantes llenos de dolor, de tristeza, no había en ellos una señal de odio, de celos, de rencor, pero sí de tristeza como la había también en sus palabras.
-No se altere amigo- le dije-, mejor será que tomemos un café.
-No tomo café, gracias- respondió el ratón- déme un vaso de agua por favor.
-¿Usted ha venido aquí a decirle a Arturo quién se ha cagado en la escalera o a contarle su vida, o hacer un tratado de paz entre el norte y el sur?- preguntó irreverente el señor Mena.
-Deje que le explique- dijo el hombrecillo cogiendo el vaso de agua.
-¿Cómo se llama usted?- pregunté.
-Mi nombre es Omar Ben Hiddlah, y pertenezco a una tribu del desierto del Sahara.
-¿Y por qué no se ha quedado usted allí?- volvió a preguntar el señor Mena que tenía fama de no ser, precisamente, muy tolerante con los inmigrantes.
-¿Se quedaría usted en un lugar sin agua ni comida?
-Mire no me líe con su sermoncito, abrevie con la historia y váyase, el señor Arturo y yo tenemos muchas cosas que hacer como para andar aguantando a tipos como usted. Ya le digo que si no está usted satisfecho en nuestro país, ala, coja el petate y a su tierra, que aquí lo único que hace es molestar- fue tajante y déspota el señor Mena.
-Mejor será que oigamos a Omar señor Mena, y le recuerdo que estamos en mi casa, y no debería usted de comportarse así, así que si usted no quiere oír lo que ha venido a contar este hombre, váyase y vuelve en otro momento, además no estoy yo para negocios ahora mismo, que ya me hizo perder buen dinero la otra vez- le dije sin perder la compostura pero con dolor de cabeza todavía. El señor Mena no se iría si lo que había venido a proponerme le parecía una gran empresa. Y así fue, se quedó y los dos oímos lo que Omar nos vino a contar. El culpable de la cagada en la escalera era un inglés que vivía en el tercero a, dicha acción la había contemplado Omar que bajaba a las dos de la mañana para ir a trabajar a una panadería que lo había contratado para hacer pan árabe, y como escuchó ruido en la entrada se agazapó con miedo, y pudo ver cómo el inglés se bajaba los pantalones y hacía lo que a la mañana siguiente encontraron mi vecina Adela y otros vecinos que pasaron sobre el cadáver sin intención de quitarlo como si no fuera con ellos. Así fue que llegó poco después de que Adela llamase a mi casa para comunicarme el despilfarro gástrico, un tipo que por aquel entonces me rondaba con intenciones poco honestas, y en un alarde de ser desprendido servicial y nada escrupuloso, cosa que comprobaría días más tarde, me pidió un par de guantes, unos periódicos y se puso manos a la mierda, quiero decir a la obra. Las páginas de cultura, las de deporte y las de economía internacional fueron las victimas de aquel holocausto. El rostro estirado de un columnista consagrado, escritor premiado y laureado con los más altos honores que vendía millones de libros antes, incluso, de salir al mercado, fue ilustrado con el oloroso manjar que el inglés, haciendo alarde de sus educación y su civismo, dejó sobre el tercer escalón del primer tramo de escalera del edificio al que me acaba de mudar. Al moro, Omar no lo lincharon pero nadie en el edificio le dirigía la palabra, sin embargo al inglés no sé si por temor, un tipo de unos dos metros con espaldas de caballo, y bebedor nato de cervezas, o por que era europeo, no dejaron de saludarlo cuando se cruzaban con él en la escalera. Y si hubo más cagadas no lo sé porque me enrolé en un negocio con el señor Mena que nos llevó directamente a la cárcel sin anestesia ni nada, nos dieron una tunda de palos que me acordé de los del pensamiento hispano. ¿O fueron ellos los que nos machacaron?

sábado, 29 de agosto de 2009

El misterio de la mierda en la escalera (basado en hechos reales)

Capítulo 12

Nada podía hacer. Lo mismo que cuando los del pensamiento vinieron y se jactaron con mis humildes huesos. El señor Mena apareció, en el preciso momento que el hombre, el vecino, del que sospechaba Natalina, sí, el señor Mena vino como caído del cielo, aunque desde ese lugar no recibía nunca correspondencia.
Entonces abrí la puerta.
-¡Señor Mena, qué sorpresa!- dije tendiéndole la mano e ignorando al vecino atribulado.
-¿Sorpresa?- preguntó sorprendido-, si habíamos quedado Arturo, ¿no se acuerda?
No, no me acordaba y la cabeza, a pesar de los cuidados de la princesa de las amazonas, me seguía doliendo. El hombrecillo permanecía imperturbable, allí, mirando con sus ojillos de ratón, su nariz de hurón, y sus boquita cerrada como una cicatriz.
-Perdone, pero…-abrió la cicatriz en un intento llamar la atención el pobre cagador, o al menos el presunto cagador, pero cagadores somos todos, una cosa es que lo hagamos en el lugar ideado para tal fin y otra es que lo hagamos en la escalera, pero, ¿con qué fin se caga uno en una escalera? Quizá el hombrecillo asediado de repente por uno de esos retortijones que no tienen intención de aviso, sino de acción, se vio en la disyuntiva de bajarse los pantalones y zas.
-Perdone pero… dijo nuevamente el ratón inquieto…-, me gustaría contarle a usted, quiero decir- se detuvo como pensando en la o las palabras que quería y había venido a decirme. El señor Mena lo miraba con cara de no creer lo que estaba viendo, sin embargo, se quedaría de una pieza, como un bloque de mármol, cuando escuchara lo que el hurón había venido a contarme, motivado, según dijo, por el rumor que se había propagado cual incendio en un mes de agosto al lado de un pinar, en todo el edificio; no se hablaba de otra cosa. No de la acción en sí, quiero decir del acto miserable de plantar un pino excremental en la puerta de entrada del edifico, no, de este acto no se hablaba, pero, curiosamente, sí se hablaba de que un recién llegado vecino que vivía en el primero b, estaba haciendo preguntas sobre el asunto en su afán de saber quién había sido el culpable de aquella bellaquería.
Así que no me quedó más remedio que hacerlo pasar junto al señor Mena, con el que al parecer había quedado el día anterior, del que recordaba poco más que a la camarera del bar Anita, o sea, la misma Anita propietaria del antro, sirviendo la copa que puso fin a todas mis cábalas de consciencia.